Apenas sus clientes cruzan el umbral de su apartamento, Ailiyah, una de las varias trabajadoras sexuales que vive en Miami, los recibe con un termómetro en la mano y una botella de desinfectante.
Por redacción MiamiDiario
En ciertas ocasiones también impone una ducha obligatoria, el último paso en un protocolo de seguridad que Ailiyah diseñó ella misma para tratar de mantener la pandemia alejada, reportó Elnuevoherald.
“No puedo decirle a la gente qué hacer en el exterior, pero cuando entras a mi espacio quiero protegerme a toda costa”, dijo Ailiyah, una mujer trans negra.
Los clientes de las trabajadores sexuales, muchos de los cuales no tienen máscara cuando llegan, parecen menos perturbados por el virus que ella.
“No creo que realmente ninguno de ellos esté preocupado, por lo que ha sido realmente aterrador”, dijo. “Pero antes que nada yo soy una buscavidas. Todavía me dedico al trabajo sexual porque al final del día necesito pagar mis cuentas”.
Para Ailiyah, y para los cientos de miles de personas en Estados Unidos que dependen del trabajo sexual para poner comida en la mesa, el COVID-19 se ha convertido en una amenaza casi existencial.
La pandemia no solo ha intensificado el riesgo del contacto personal de las trabajadoras sexuales, disuadiendo a algunos de trabajar tanto como antes, sino que también ha disminuido la demanda de los clientes, ya que altos índices de desempleo prohíben a muchos estadounidenses gastar dinero en servicios de todo tipo.
La medida en que la recesión económica provocada por el coronavirus ha afectado a los trabajadores sexuales es difícil de precisar: la industria del sexo es ilegal en gran parte del país, por lo que los datos a gran escala siguen siendo mínimos. Pero conversaciones con trabajadoras sexuales en Florida, proveedores de servicios sin fines de lucro y activistas sugieren que la pandemia ha diezmado el poder adquisitivo de muchos en la industria.
“Debido al coronavirus, gran parte de la clientela ha desaparecido, porque la gente se está quedando sin trabajo”, dijo Jasmine McKenzie, ex trabajadora sexual y actual asistente social en Pridelines, una organización LGBTQ sin fines de lucro en Miami.
“Al mismo tiempo, muchas de las chicas están teniendo mucho cuidado para no contraer el COVID-19, así que están limitando el contacto con clientes lo más posible”, agregó. “Le rezo a Dios que esta situación no les haga hacer otras cosas”.
Para los trabajadores que permanecen activos, los encuentros con los clientes están resultando más escasos y menos lucrativos.
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