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Donde les duele

La semana última la política proactiva del presidente Donald Trump contra los regímenes tiránicos de Cuba y Venezuela ha empezado a pegarles donde más les duele: en el bolsillo. Fundación para los Derechos Humanos en Cuba (FHRC) EE.UU. está permitiendo por primera vez a empresarios cubanos que fueron expropiados en los años 60 por el […]

Por Allan Brito
Donde les duele
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La semana última la política proactiva del presidente Donald Trump contra los regímenes tiránicos de Cuba y Venezuela ha empezado a pegarles donde más les duele: en el bolsillo.

Fundación para los Derechos Humanos en Cuba (FHRC)

EE.UU. está permitiendo por primera vez a empresarios cubanos que fueron expropiados en los años 60 por el régimen de Fidel Castro y luego se exiliaron en EE.UU. que empiecen a reclamar en los tribunales ciertas propiedades; y las sanciones económicas contra el gobierno de Venezuela están disuadiendo a bancos y otras empresas internacionales de hacer negocios con el régimen de Nicolás Maduro.

“¡Exprópiese!”, gustaba decir el finado caudillo socialista venezolano Hugo Chávez, gobernando desde la tribuna en el estilo y doctrina de su mentor cubano, Fidel Castro, quien en la década de los 60 inició una campaña de despojo y luego tierra arrasada contra el pujante sector privado de Cuba. Esta culminó en 1968 con la ridícula “ofensiva revolucionaria”, mediante la cual fueron erradicados, o pasaron al control de ineficientes empresas estatales, los pocos timbiriches particulares que quedaban.

Cuando se denuncian los abusos en Cuba y Venezuela se suele poner el acento en derechos civiles y políticos como el derecho a la vida o las libertades de expresión, asociación y prensa. Pero el daño económico que estos regímenes les han hecho a sus países y a sus ciudadanos, mientras disponen a su antojo del tesoro público, es igualmente condenable y violatorio de otros derechos humanos.

El artículo 17 de la Declaración Universal aprobada en 1948 consagró el derecho a la propiedad privada para que no se repitieran atrocidades de la Segunda Guerra Mundial como el enriquecimiento de los oficiales nazis que robaron dinero, obras de arte, joyas, casas y negocios a los judíos europeos.

Pero para los regímenes marxistas este nunca ha sido un derecho humano. El propio Carlos Marx postuló que “La teoría del comunismo se resume en una frase: abolir toda la propiedad privada”.

Ahora aquellos cubanos que habían construido con esfuerzo prósperos negocios en su Patria, y tuvieron que partir prácticamente con la ropa que llevaban puesta, van a poder, en virtud de la primera aplicación del Título III de la ley Helms-Burton desde que se promulgó en 1996, presentar demandas sobre sus propiedades confiscadas si estas coinciden con cerca de 200 entidades controladas por los militares cubanos e incluidas por Washington en una lista negra. Un primer paso hacia una justicia largamente debida.

Por otra parte, hay indicios de que a Maduro se le agota el cash. Bancos y empresas internacionales están evitando las transacciones con Venezuela debido a que sortear las complicadas sanciones de Estados Unidos es como andar en un campo minado que les puede estallar en costosas multas. Y buques-tanques de la petrolera PDVSA son retenidos en Europa y otros lugares debido a que la estatal venezolana no puede pagar sus deudas.

En Cuba, que depende de los subsidios venezolanos, esto ha repercutido en una aguda escasez de artículos básicos y presagios de un nuevo Período Especial, la década aciaga que siguió al derrumbe de la URSS y su patrocinio.

Pero también un tiempo en que el histórico espíritu de rebeldía de los cubanos despertó de su letargo totalitario, con cacerolazos y piedras lanzadas contra las viviendas de los apparatchiks en las noches y luego, en agosto de 1994, el Maleconazo, una protesta masiva de cientos de habaneros corriendo y gritando consignas anticastristas a lo largo del costanero Malecón y sus calles adyacentes.

Algo que, si Maduro cae, bien podría ocurrir de nuevo.

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