Opinión, Política, Venezuela

El sultán “fake” del Caribe

El video del dictador de Venezuela disfrutando junto a “la primera dama combatiente” un suculento servicio de carnes exquisitas en una renombrada cadena de restaurantes en Estambul, capital de Turquía, ha generado con justa razón la indignación de los venezolanos y de todos aquellos que guardan en su humanidad un átomo de sensibilidad ante la […]

Por Allan Brito
El sultán “fake” del Caribe
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El video del dictador de Venezuela disfrutando junto a “la primera dama combatiente” un suculento servicio de carnes exquisitas en una renombrada cadena de restaurantes en Estambul, capital de Turquía, ha generado con justa razón la indignación de los venezolanos y de todos aquellos que guardan en su humanidad un átomo de sensibilidad ante la tragedia humana que sufre ese amado y bravo pueblo.

Por Jesús Rojas*

La indiferencia ante el dolor y la desgracia ajena jamás les han quitado el sueño a los individuos psicópatas y megalómanos que se ceban del poder, la desgracia y el dolor de sus semejantes. Más cuando son ellos mismos los que originan las catástrofes. La historia pasada y contemporánea está repleta de ejemplos; Nerón y Calígula en la antigua Roma; la dinastía de los Castro, en Cuba; o más reciente, Kim Jung-Un, en Corea del Norte.

Es probable que entre las carnes valiosas consumidas por el dictador de Caracas y su troupe en las tierras de Suleiman se haya incluido las del faisán, una vistosa ave de colores amarillo, rojo y azul, como los de la bandera de Venezuela, símbolos de la libertad de un pueblo secuestrado, cuyo precio tendrá que pagar en su momento ese moderno Calígula ideológico que hoy les oprime el corazón.

El banquete imperial de la élite malsana ha sido rechazado en ciudades como Miami, Nueva York y otros lugares del planeta donde aún queda un grano de vergüenza ajena, en nombre de los millones de víctimas de una dictadura férrea. El chef acólito que se prestó para semejante teatro y parodia de mal gusto en la capital turca, será pronto un punto y una coma en la narrativa nacional.

La imagen soez quedará en la historia como una irreflexión inhumana de un entrepreneur subordinado al dinero, cuya habilidad y capacidad cognitiva no traspasa el umbral del codo encogido para regar la sal sobre el menú destemplado de un déspota, en medio de un delirium tremens divertido y compartido, con trasfondo sangriento y bipolar.

El precio del suculento servicio de carnes variadas no superó los 533 dólares, según el recibo del restaurante. A ello hay que sumarle el costo de tabacos, las bebidas y la factura de la seguridad en torno, integrada por varios guardaespaldas portando armas de grueso calibre para garantizar en ese palacete imponente la paz, la tranquilidad y el disfrute del cliente y dictadorzuelo gourmet VIP.

No dudamos que el monto total de esa opípara exquisitez haya podido superar los cinco dígitos y algo más, si tomamos en cuenta que dicha presencia allí forzó el cierre del local para solaz y esparcimiento de un sultán “fake” del Caribe, cuyos días están contados como los dedos de las manos de un condenado que espera su hora en el pabellón sin retorno y agota como último deseo una espléndida comida final para decir adiós a su malévola existencia.

Mientras el dictador venezolano de nombre impronunciable daba rienda suelta a su apetito voraz, la Venezuela real continúa doblegada por el peso de la superinflación, la escasez de alimentos y medicamentos, los estantes vacíos en los supermercados, los niños desnutridos y al filo de la muerte, el éxodo de millones de venezolanos que se niegan a morir y la delincuencia como opción única para la juventud.

Además, la trata de blancas y la prostitución forzada de las venezolanas, la fuga de cerebros y mano de obra humana, y el escamoteo de las migajas que se entrega a los pensionados, entre otros jinetes apocalípticos que atenazan y atormentan la vida al venezolano sin distinción.

Venezuela está en bancarrota material y moral. Eso está a la vista de todos. Lo que resulta más patético es que el dictador y su nomenclatura persistan en un estado de negación que sigue su agitado curso hacia el rumbo de un horizonte que sólo barrunta un desastre mayúsculo anunciado, mientras agotan el disco ideológico rayado del Imperialismo como culpable único de la debacle política, económica y social de un pueblo.

No hay duda alguna, el moderno Sultán del siglo XXI atrincherado en el palacio de Miraflores rasga en Estambul las cuerdas de la lira de su voluminoso estómago y paladar, mientras el pueblo de Venezuela –como la Roma de Nerón– arde y sucumbe sin aparente redención por los cuatro costados sin que a nadie le importe. Sólo tiene como testigo único al burro de Maracaibo que sólo sabe comer yerba cuando se conduele algún bombero solidario… Aunque tarde o temprano, el fuego se apaga.

*Periodista

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