El inigualable Freddie Mercury estaría cumpliendo 74 años este 5 de septiembre. Esta leyenda de la música vivió como quiso y disfrutó del éxito buena parte de su vida, según difundió clarin
Por Redacción Miami Diario
Su verdadero nombre era Farrokh Bulsara. Nació en 1946, en la pequeña isla africana de Zanzíbar, en Tanzania. Casi un cuarto de siglo más tarde, cuando ya estaba instalado en Londres con su familia y logró que Roger Taylor y Brian May lo “tomaran” en reemplazo de Tim Staffel, cambió su nombre por el que fue reconocido como líder de Queen.
Aunque nació en Zanzíbar, que fue un protectorado Británico durante muchos años, el cantante, compositor y pianista pasó gran parte de su infancia en la India.
Sus padres, Bomi y Jer Bulsara, provenientes de Bombay, lo inscribieron en el Internado St. Peters. En esa institución Mercury comenzó sus primeras incursiones en la música, le dedicó gran atención al piano, instrumento que nunca abandonaría en sus futuras composiciones.
Vale recordar que la familia dejó India en 1964 y partió rumbo al condado de Middlesex, en Inglaterra. El debut como cantante de Mercury en suelo inglés fue con Wreckage, una banda de blues en la que no duró mucho tiempo, pero le sirvió de puente para elaborar el inicio de su destino musical.
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En paralelo, estudió diseño gráfico en el Ealing College of Art. La historia de Queen comenzó cuando un compañero de estudio de Freddie le presentó al baterista, Roger Taylor; y al guitarrista Brian May, quienes tenían otra banda, Smile. Luego de ese encuentro, ante la decisión de Staffell de dejar la banda, comenzaría a conformarse Queen. En marzo de 1971, la banda se completó con el ingreso del bajista John Deacon.
Un dato a considerar es que en 1973 publicaron su primer disco, Queen, con los sellos EMI y Elekra. Desde ese momento, comenzarían a marcar un antes y un después en el rock británico, mientras delineaban un sinuoso camino de búsqueda y goce musical. La base fue el rock, lo demás, una cuestión de deseo y capricho; y en ese mar, Mercury supo cómo nadar todos los estilos y corrientes.
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Posiblemente haya sido Rapsodia Bohemia, uno de los himnos de Queen, aparecida en 1975, la primera llave de la puerta a la masividad. Pero no fue la única. Keep Yourself Alive, Killer Queen, Love of My Life, We Are the Champions, Don’t Stop Me Now y Another One Bites the Dust también hicieron lo suyo, en ese derrotero. Y no fue poco.
A mediados de 1979, con la canción Crazy Little Thing Called Love conquistaron el resto de Europa, Japón y sobre todo, Estados Unidos. De pronto, o no tanto, el cuarteto estaba inmerso en una gira interminable que tuvo su fantástica escala argentina. Cinco shows, la sensación de que el rock hacía historia en un país arrasado por la brutalidad criminal de la Dictadura Militar y la inolvidable imagen de Freddie en unos shots apretadísimos y en cuero seduciendo multitudes bajo las lunas de Liniers.
Happy #TwosDay 🖤🖤@freddie_mercury x @DrBrianMay
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Performer incomparable, arlequín del rock, provocador adorable, ese dientudo sin complejos era dueño de una voz única, que hizo que lo imposible fuera natural. “Sin sintetizadores”, aclaraba la banda, en cada disco que hacía, al menos hasta el cambio de los ’70 a los ’80. “Sin autotunes ni todas esas porquerías”, podría haber aclarado Freddie en los afiches de cada show que daba.
Durante la década del ochenta, la banda afianzó su éxito, y reinó en eso que alguien alguna vez decidió llamar “rock de estadios”. En todo caso, la cuestión era que Freddie y Queen hacían un rock tan bueno que cualquier lugar que eligieran para mostrarlo resultaba insuficiente. Y ÉL era La Reina.
Un trabajo de El Clarín señala que Freddie Mercury era, en escena, un derroche de arte incontenible, imán de miradas, deseo y también, para muchos, de obscenidad y perversión. Sexo, drogas y rock and roll, en el orden que correspondiera según la ocasión.
Agrega el trabajo que durante los ’80, antes de que Wembley fuera la base de despegue al cenit de la industria musical, Mercury decidió que era tiempo de volverse solista. Mr. Bad Guy, publicado en 1985 fue el punto de partida de una carrera en la que dio una especie de segundo paso en 1987. Entonces, junto a la soprano Montserrat Caballé grabó Barcelona.
Con el álbum compartido con la cantante española, que incluyó la canción oficial -de igual título- de los Juegos Olímpicos de Barcelona realizados en 1992 y donde además cantó en castellano, el artista saldó algún tipo de cuenta pendiente con la Academia. Tal vez aún sea la Academia la que esté en deuda con él. Pero, ¿a quién le importa?
Fue, además de un disco con nueve canciones que le permitió desplegar su arte en una dirección diferente a la que transitaba con Queen, la prueba de que su terreno no se reducía a la “banalidad del pop”, por si algún desubicado pensaba eso de él. Y del pop, claro.
“Desde el trono indiscutido, la vida en la segunda mitad de los ’80 parecía encaminarse a ser una fiesta sin final que el SIDA se encargó de arruinar. En octubre de 1986, Freddie se hizo los análisis necesarios para saber si era portador del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. La prensa informó que el resultado había dado positivo. Él lo negó”, añade la nota.
Según su pareja, Jim Hutton, Mercury supo que estaba en problemas a finales de abril de 1987. De a poco, su deterioro físico se fue tornando cada vez más evidente. Sin embargo, el show debía seguir, y Mercury mantuvo un silencio absoluto en torno a la cuestión hasta último momento. Mientras tanto, incluso atravesando períodos muy frágiles de salud, estuvo en actividad produciendo canciones desde su casa. Y en 1990 grabó el último disco con Queen: Innuendo.
Es de hacer notar que el 23 de noviembre de 1991, a sólo 24 horas de su muerte por complicaciones derivadas del VIH, Freddie Mercury emitió un comunicado público para anunciar que había contraído la enfermedad. Él decidió que fuera así. Y así fue. La leyenda, en cambio, sigue aquí. También fue él quien lo decidió de ese modo. Así que, feliz eternidad, Freddie.
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