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La espeluznante denuncia de las hijas del jeque de Dubai

Lo que se denomina el “cuento de las tres princesas de Dubai” se inicia en 1999 con una carta de Shamsa a Essambri en Londres. Para ese entonces tenía 18 años. La joven explicaba que su padre se negaba a que fuera a la universidad y que estaba ansiosa de escapar de la jaula de […]

Por Allan Brito
La espeluznante denuncia de las hijas del jeque de Dubai
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Lo que se denomina el “cuento de las tres princesas de Dubai” se inicia en 1999 con una carta de Shamsa a Essambri en Londres. Para ese entonces tenía 18 años. La joven explicaba que su padre se negaba a que fuera a la universidad y que estaba ansiosa de escapar de la jaula de oro en la que vivía. “Escapar” , en ese sentido literal, precisaba.

La joven se dio a la fuga diez meses después.

Como todos los años, el jeque Mohammed fue a Inglaterra de vacaciones en compañía de su extensa familia (tiene seis esposas y al menos 25 hijos).

Allí, Shamsa entró en contacto con un abogado especializado en inmigración. Y logró huir.

El jeque organizó su búsqueda por los alrededores de su residencia en el condado de Cambridgeshire, pero sus subalternos no encontraron otra cosa que el teléfono móvil abandonado por Shamsa.

Durante casi dos meses, la joven princesa logró dar esquinazo a sus perseguidores. Y quizá hubiera podido burlarlos definitivamente si no hubiese tenido la mala idea de telefonear a una amiga de Dubái.

La princesa Shamsa estuvo encerrada en una habitación de palacio ocho años. Cuando salió, “estaba muy mal,
fatal.

La tenían empastillada. Parecía una zombi”, cuenta su hermana.

El 19 de agosto de 2000, cuatro hombres armados que hablaban árabe la capturaron cuando salía de un bar de Cambridge y la metieron en un auto a empujones.

Al día siguiente Shamsa aterrizaba en Dubái, donde permaneció encarcelada en una habitación de palacio durante ocho años.

Su hermana menor Latifa la visitó y señaló: «Estaba muy mal. Fatal -recuerda-. Teníamos que llevarla de la mano. Era incapaz de abrir los ojos, no sé bien por qué. Los que la rodeaban la tenían empastillada todo el día. Parecía una zombi».

El poder de Emiratos

Meses después del secuestro, Shamsa se las arregló para enviar un correo electrónico a su abogado en Londres. Le suplicaba que «las autoridades tomen cartas en el asunto».

La prensa no tardó en enterarse del rapto, y el Gobierno de Tony Blair se encontró en una situación
incómoda.

Los Emiratos Árabes Unidos, de los que Dubái forma parte, es aliado británico en defensa e inteligencia. Además, el jeque es amigo de la reina y uno de los mayores terratenientes del Reino Unido

También está detrás de Emirates, la aerolínea patrocinadora del estadio del Arsenal F. C. y del campo de críquet de Old Trafford.

La Policía del condado de Cambridgeshire procedió a investigar el rapto de Shamsa, pero la Fiscalía le puso punto nal rápido al denegarle la autorización para interrogar a posibles testigos en Dubái.

El resultado: casi 19 años después del secuestro, el jeque se limitó a declarar ante un juzgado británico que Shamsa por entonces era una chica joven y vulnerable que, sencillamente, se sentía algo agobiada por tanta medida de seguridad.

De hecho, el rapto de Shamsa podía haber caído en el olvido… De no ser por la princesa Latifa, otra de las cuatro hijas que el jeque tuvo con Houria.

Lo sucedido con Shamsa hizo que Latifa se diera cuenta de la poca libertad que ella misma tenía. Y en junio de 2002, cuando tenía 17 años, trató de escapar. «Más ingenua no podía ser», dice. Se desplazó a un puesto fronterizo con intención de salir de Dubái.

Inmediatamente, la policía la llevó de vuelta a casa. Allí la encerraron y la golpearon, según explica en un vídeo. Permaneció en cautiverio tres años y cuatro meses; su propia madre le dio la espalda. «Una tortura constante.

Cuando no me golpeaban, me torturaban de otros modos. Apagaban todas las luces. Estaba sola en un cuarto sin ventanas. Cuando apagaban las luces, estaba como en boca del lobo. No sabía si era de día o de noche.
Hacían ruidos para desquiciarme. Se presentaban en mitad de la noche, me sacaban de la cama y me pegaban». Sin que ningún médico la viera en ningún momento «porque les daba igual lo que pudiera pasarme. De hecho, querían verme muerta». En el cuarto no tenía más que una colchoneta y una manta. La soltaron en 2005.
«Los odiaba a todos. No me aba de nadie», asegura. Pero poco a poco se rehízo.

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Fuente: XlSemanal

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