Opinión, Política

Antonio A. Herrera-Vaillant: Una muerte de mengua

“Guerra civil”, “baño de sangre” en las calles, “resistencia rodilla en tierra” son las más recientes consignas que sobre Venezuela propaga diligentemente la izquierda global, para deleite de analistas superficiales y de la prensa sensacionalista. Por Antonio A. Herrera-Vaillant Inflar un “coco” que inquiete a todas las almas timoratas y pusilánimes del planeta forma parte […]

Por Allan Brito
Antonio A. Herrera-Vaillant: Una muerte de mengua
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Guerra civil”, “baño de sangre” en las calles, “resistencia rodilla en tierra” son las más recientes consignas que sobre Venezuela propaga diligentemente la izquierda global, para deleite de analistas superficiales y de la prensa sensacionalista.

Por Antonio A. Herrera-Vaillant

Inflar un “coco” que inquiete a todas las almas timoratas y pusilánimes del planeta forma parte esencial de un conjunto de argumentos encaminados a prolongar la agonía del pueblo venezolano y dar un nuevo aire a la usurpación con propuestas de engañosos “diálogos”.

Pero cualquiera que conozca de cerca la realidad venezolana tiene muy clara la intrínseca cobardía de un régimen cuyas semillas germinaron la madrugada del 4 de febrero de 1992 – con la vil traición de un grupo de militares sedientos de poder – y concluyó allí mismo en contundente derrota e ignominiosa rendición.

Son universalmente conocidas las histriónicas bravuconadas de todo “guapo” barriobajero al abusar de los más débiles, y el reptante amilanamiento de esas mismas pandillas cuando enfrentan una fuerza mayor. De eso, y poco más, se trata la desafiante verborrea de un régimen que agoniza.

El mundo sabe que las balandronadas de las más prepotentes dictaduras solo terminan cuando tienen un pie en el avión … o el patíbulo. Ninguna se da por derrotada en la víspera.

Todos recuerdan con desdén las fanfarronadas de tipejos como Noriega, Saddam Hussein y Gadafi, por no hablar de las payasas gesticulaciones de Benito Mussolini.

Cada pronunciamiento belicoso de los malandrines que conforman la gavilla usurpadora se encuentra una socarrona sonrisa de una dirigencia mundial que ni les respeta ni les toma en serio.

Y sucede que nadie en su sano juicio y dos dedos de frente da la vida por un régimen ruin y podrido de corrupción hasta las entrañas. Habrá unos pocos genuinos creyentes que se traguen sus propias trazas, y también algún sector de hampa común capaz de tirar zarpazos al sentirse acorralada. Pero esos son aislados casos patológicos que cualquier sociedad civilizada puede fácilmente neutralizar.

La usurpación se encuentra rodeada y acorralada por todos los frentes. Su guardia pretoriana, veterana de mil pescueceos, sin prebendas, raciones para la tropa ni gasolina para sus tanquetas, terminará por abandonar la nave que se hunde.

Quien apague la luz será quien le recuerde al jefe de la pandilla que pescuezo no retoña. Y este sainete terminará sin gloria, con más gemidos que explosiones, agotada en sus mentiras y ahogada en sus miasmas: A la gran farsa del siglo XXI le toca una lenta y lastimera muerte de mengua. No merece más.

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