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Mutiny Hotel: otrora Meca del jet-set, delincuencia y vida loca de Miami

El Mutiny Hotel abrió sus puertas y su club con membresía en 1969, en la década que marcaría la expansión del narcotráfico en el sur de la Florida. El jet-set se mezclaba con la delincuencia, los agentes encubiertos con los deportistas, los músicos con los políticos, mientras en las 130 habitaciones de decoración temática la […]

Por Allan Brito
Mutiny Hotel: otrora Meca del jet-set, delincuencia y vida loca de Miami
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El Mutiny Hotel abrió sus puertas y su club con membresía en 1969, en la década que marcaría la expansión del narcotráfico en el sur de la Florida. El jet-set se mezclaba con la delincuencia, los agentes encubiertos con los deportistas, los músicos con los políticos, mientras en las 130 habitaciones de decoración temática la fiesta no tenía fin

Por Redacción MiamiDiario

Hace poco la unidad 507 se vendió en USD 307.500: consta de un dormitorio y un baño, por un total de 63 metros cuadrados. Hoy el Mutiny Hotel, en Coconut Grove, al sur de Miami, funciona como un condominio para residentes o para inversores que rentan apartamentos por corto plazo. Pero en las décadas de 1970 y de 1980, cuando el negocio de la cocaína llevó dinero y delito en cantidades colosales a la Florida, el Mutiny era la Meca del jet-set, los traficantes, las celebridades de Hollywood, los agentes encubiertos, los músicos, los políticos, los deportistas.

“Si las paredes pudieran hablar, las nuestras contarían una historia épica”, recuerda el sitio del edificio ubicado en 2951 S. Bayshore Drive. Ya no tiene el aspecto de aquellos años en que las prostitutas escondían las armas de sus clientes cuando la policía golpeaba a la puerta. Pero conserva, como memoria del night club que funcionaba en sus bajos —y que inspiró el Club Babylon de Scarface—, el nombre y un restaurante llamado Table 14, en honor a la mesa que cada noche ocupaban los narcos.

Para entrar allí era necesario pagar una membresía de USD 75, que consistía en una pequeña tarjeta metálica —sobre la que se hicieron todos los chistes posibles acerca de su practicidad para picar cocaína— con el isotipo de un pirata que guiña el ojo. O ser Al Pacino o Brian de Palma, quienes asistieron con el guionista de la película, Oliver Stone, con la perfecta excusa de documentarse.

Fundado en 1969, el Studio 54 de Miami, como lo apodaban, funcionó hasta 1984, cuando la violencia del tráfico y la guerra contra las drogas robó el atractivo a Miami. La revista Time se llegó a preguntar si el paraíso se había, definitivamente, perdido. En 1999, al reabrir sus puertas, la ciudad era otra y el Mutiny Hotel —remodelado luego en 2010— un inmueble respetable con servicios premier.

Como en una competencia alocada con la hermosa vista a la bahía de Biscayne, cada una de las 130 habitaciones del Mutiny legendario tenía una decoración temática. Sueños náuticos, Fantasías moriscas, Burdel, Sahara, Valentine, Caravana egipcia, Caramelo caliente, La cuarta dimensión y Shibui, por ejemplo, eran los nombres de algunos de los ambientes que creó la diseñadora Carolyn Robbins, autora de los interiores de numerosos restaurantes y night clubs del Miami de los ’70.

Hasta que en 1981 el cadáver destrozado de Margarita apareció envuelto en una sábana del hotel, las Chicas Mutiny eran envidiadas por su belleza, su acceso al dinero y sus uñas perfectas, aunque las de sus dedos meñiques siempre sucias de cocaína. Las contrataba Burton Goldberg, propietario y creador del proyecto, a quien se consideraba el Hugh Hefner de Miami.

En aquella época exenta de conectividad total, cada mesa tenía una extensión: “Chasqueabas los dedos y te traían el teléfono, lo enchufabas y te decían cuál era el número”, citó Sean Rowe, autor de la primera nota que desenterró la historia del Mutiny en 1997, a un contrabandista que solía asistir. El número podía ser de las chicas a cargo de la atención al cliente; de un conocido, o desconocido al que se quería conocer, en una mesa cercana; o de la artista desnuda que tocaba el arpa.

Una camarera podía ganar 500 dólares por tres días de trabajo en una semana, ya que a veces llevar un paquete de cigarrillos a una mesa comportaba una propina de lo que quedase de un billete de USD 100 luego de pagar la cajetilla.

El Mutiny, sintetizó Rowe, “era el nervio central del negocio explosivo de la cocaína en la ciudad, una de las salidas favoritas de los espías trotamundos y un abrevadero terriblemente popular para los nouveaux riches de América Latina”. Le dijo Goldberg mientras el hotel estaba cerrado: “Tenemos dictadores, policía secreta, traficantes de drogas, banqueros, empresarios de import-export, traficantes de armas y celebridades”.

En Hotel Scarface, libro de Roben Farzad que reconstruyó la historia completa del sitio, un policía encubierto que hacía escuchas desde una camioneta estacionada frente al edificio señaló algo muy similar: “Todos los caminos llevaban al Mutiny“, dijo Wayne Black. “Los de la droga, las celebridades, los políticos corruptos, los informantes, los policías (buenos y malos): todos estaban ahí”. Por eso el subtítulo de la obra sintetiza que allí “los Cocaine Cowboys iban de fiesta y conspiraban para controlar Miami”.

A finales del gobierno de Jimmy Carter y a comienzos del de Ronald Reagan la inflación y el desempleo deprimían a los Estados Unidos, pero en la ciudad de Miami nada de eso se veía: la economía de las drogas era tan importante que, según la Universidad Internacional de la Florida, al menos un tercio del producto bruto local provenía de los narcóticos. A mediados de los ’80 el tráfico de estupefacientes generó USD 100.000 millones en todo el sur de la Florida, tanto por ventas locales como por peaje, según la DEA.

El negocio era de los colombianos, pero ellos no vivían en los Estados Unidos. Y justo cuando buscaban representantes locales, 125.000 cubanos desembarcaron, en la ola migratoria del mariel, literalmente sin un centavo y con permiso de residencia garantizado por la guerra fría.

Para algunos de ellos, jóvenes que habían crecido en la austeridad, la ganancia de la cocaína, que se embarcaba a USD 5 el kilo en los puertos de Colombia, fue un fulgor cegador. Había también criminales entre los que se habían ido de Cuba. A alguno de los dos grupos pertenecía el personaje de Scarface, que interpretó Al Pacino.

Pero la película no se pudo filmar en Miami. El Mutiny —el Babylon— es una reconstrucción en Los Ángeles. Los cubanos, sobre todo los emigrados anteriores, de la década de 1960, se quejaron. El funcionario Demetri Pérez Jr. propuso que se prohibiera la filmación a menos que Stone convirtiera al personaje en un enviado de Fidel Castro que quería avergonzar a la comunidad cubana. Luego de la famosa escena de la sierra eléctrica en el edificio de 728 Ocean Drive, en South Beach, De Palma trasladó la filmación a © harto del escándalo.

Al Mutiny, que llegó a tener 11.000 miembros en su mejor momento, 1979, no llegaban los ecos de esos disturbios. Entre los Cocaine Cowboys que asistían tranquilos estaban Francisco Condom-Gil, los hermanos Raúl y Rafael Villaverde y Ricardo Monkey Morales, quien había sido agente de la seguridad del Estado en la isla y que entregó a su amigo y socio Carlos Quesada, lo que le costó una bala mortal en 1982. Mientras en la ciudad sonaban las armas y se apilaban los cadáveres, el Mutiny “era un paraíso en medio del infierno”, según le dijo Farzad a BBC Mundo.

Led Zeppelin, Fleetwood Mac, Barbra Streisand, Liza Minnelli, Julio Iglesias, El Puma José Luis Rodríguez y Arnold Schwarzenegger visitaban el lugar; The Eagles pasaban tanto tiempo allí que cuando “Hotel California” salió, en 1976, bromearon que debía llamarse “Hotel Miami” o “Mutiny Hotel”, según contó Farzad en la página de Facebook dedicada a Hotel Scarface. Había políticos como Ted Kennedy, los hermanos Bush y Hamilton Jordan, el jefe de gabinete de Carter.

Había también sicarios, como el puertorriqueño Ramón Pérez Llamas, fiscales como Jerry Sanford, policías undercover que iban con relojes que pedían prestados en el depósito de evidencias porque los suyos eran demasiado baratos para el Mutiny; abogados de narcos como el famoso Pete The Count Baraban, agentes de la CIA como Edwin Wilson, y hasta un ex miembro de la Brigada 2506 —la que intentó invadir Cuba por la Playa Girón en Bahía de Cochinos— según Farzad: Cutler Coot, una suerte de padrino de las Chicas Mutiny.

El escritor contó a BBC que uno de los huéspedes, mientras ofrecía una fiesta en su suite, cayó por el balcón, pero logró sostenerse en el de la habitación Safari. Allí varios hombres y mujeres, desnudos y con máscaras de leones y elefantes, interrumpieron una orgía para socorrerlo.

En una ocasión unos narcos gastaron USD 20.000 para llenar una tina de champagne. “Lo que importaba era mostrar que el dinero no significaba nada para ellos”, explicó. Las botellas de Dom Perignon se vendían a USD 90, según el ex manager Walter Elmore. Se dice que en ningún otro establecimiento de todo el país se vendía tanto champagne de esa marca como allí, al punto que Goldberg tenía dispuesto un avión para provisiones de emergencia desde Seattle, en el otro extremo de los Estados Unidos. Ganaba, en bruto, USD 7 millones al año en comida y bebidas.

La fiesta se acabó en 1981, cuando alguien asesinó a la Chica Mutiny llamada Margarita. El nivel de violencia de Miami no tenía antecedentes. “Todo se volvió cuestión de vida o muerte”, ilustró Farzad a BBC. “Ya no era solo sexo, drogas y disco”.

Goldberg aguantó mucho de la ofensiva oficial contra sus clientes, pero en 1984 dejó el hotel. La Aduana, el FBI, la DEA, la agencia impositiva y otras instituciones federales se desplegaron en Miami con todo —llegaron a usar helicópteros Hawkeye—  a mediados de la década de 1980. Las leyes cambiaron: ya nadie se podía jactar, como el abogado Mel Kessler, defensor de habitués del Mutiny y asiduo cliente él mismo, de “tener más efectivo que Burger King”.

Con información de Infobae

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