Es difícil escribir sobre algo nuevo en pleno desarrollo como la plaga actual. Pero la historia puede dar algunas ideas sobre sus posibles desenlaces.
Por Antonio A. Herrera-Vaillant
La más mortífera pandemia anterior fue la llamada “gripe española” de 1918, inicialmente detectada en E.E.U.U. unos 500 millones de seres humanos fueron infectados – entonces casi un tercio de la población mundial; con hasta 100 millones de muertos, unos 625.ooo tan solo en Estados Unidos.
Aquella pandemia afectó hasta a personas tan notables como el Presidente norteamericano Woodrow Wilson y el rey Alfonso XIII de España; y en Venezuela se cobró la de Alí Gómez, el hijo predilecto del entonces dictador Juan Vicente Gómez. Pero la plaga se extinguió y se sobrevivió.
Sin vacunas ni antibióticos, los controles a nivel mundial de entonces se limitaron a medidas no medicamentosas como el aislamiento individual, la cuarentena, la buena higiene, el uso de máscaras y desinfectantes, y las limitaciones a las reuniones públicas – que fueron aplicados apenas de modo muy disparejo. Pero a la postre la plaga se extinguió.
Esa epidemia se presentó en dos oleadas y duró casi un año, hasta que todo los afectados se inmunizaron o fallecieron. También tuvo importantes efectos económicos, como ahora. Pero la sociedad sobrevivió y se rehízo.
Luego vino la llamada “gripe asiática” de 1957-58, que mató unos 2 millones, y la “gripe de Hong Kong” de 1968-1969, que se llevó a otro millón aproximadamente, a nivel mundial.
Hay enormes diferencias entre aquellas situaciones y la realidad actual, la mayoría de ellas favorables a la humanidad. Un factor desfavorable ha sido que los actuales medios de transporte han acelerado su más rápida diseminación global.
Sin embargo, el incomparable incremento de información y estadística epidemiológica a disposición de todos ha permitido un monitoreo infinitamente más detallado sobre los alcances y características de la plaga.
Los más eficaces avances médicos, científicos y tecnológicos, junto a una más amplia red de salud pública ofrecen una mayor capacidad de repuesta; y los medios de comunicación masiva hacen que sea más universal la concientización, y el llamado a una sencilla conducta personal.
Pero por más que se trate de politizar el reto exigiendo acción oficial y endilgando culpas, la responsabilidad fundamental se mantiene al mismo nivel que en todas las anteriores ocasiones: A nivel individual, donde lo que más se requiere es sentido común y prudencia. Siga las indicaciones de cuidado personal, y si no forma parte de la solución evite hacerse parte del problema.
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