Es lógico sentir rabia, indignación y rechazo ante regímenes como el que acaba de desnudar el devastador informe de la señora Bachelet sobre Venezuela. A muchos también les asquea la idea de tratar con delincuentes, y se rasgan las vestiduras ante cualquier posible encuentro entre mediadores internacionales, representantes de la legítima Asamblea Nacional y agentes de la dictadura usurpadora.
Por Antonio A. Herrera-Vaillant
Los ciudadanos de a pie tienen todo el derecho a expresar repudio a la tiranía de distintas maneras. Pero una cosa son desahogos individuales, y otra muy distinta la eficacia de las decisiones y acciones que deben tomar quienes tienen la responsabilidad de afrontar y resolver una situación que afecta a toda una sociedad y a la comunidad internacional.
La comunidad internacional democrática ha indicado reiteradamente que su prioridad es restaurar en Venezuela el sendero democrático por vías electorales y sin recurrir a medios violentos; y para ello ha dado su contundente respaldo a la legítima Asamblea Nacional, a cuyo presidente reconoce como presidente encargado ante el vacío de poder causado por una espuria constituyente y la usurpación que representa.
Los derechos humanos son una importantísima variable dentro del drama venezolano, y tienen impactos muy trascendentales dentro del tablero de opciones para todas las partes involucradas; pero no es el única entre una serie de aspectos políticos nacionales e internacionales, económicos, logísticos, militares, jurídicos y prácticos. Conjugar los factores no es tarea para quienes no parecen capaces de mascar chicle y cruzar la calle al mismo tiempo.
La ignorancia, la torpeza y la deshonestidad intelectual son contraproducentes en un movimiento político democrático que lucha por erradicar a un régimen forajido. Mucho menos cuando se traducen en una demagogia barata, destinada a cultivar aplausos entre quienes no afrontan la situación con otra cosa que reacciones viscerales. El populismo es siempre oportunista, superficial y nocivo, ya sea de izquierdas o de derechas.
A diferencia de los politiqueros que se limitan a gesticulaciones moralistas cual ofendidas vírgenes vestales, lo que distingue al estadista es la capacidad de mantener una visión amplia, informada, objetiva, ágil y flexible sobre el problema central, y desarrollar y promover diferentes opciones ante distintos escenarios.
En esa lucha sobran suposiciones, chismes, falsas noticias, especulaciones y puros infundios que promueve el régimen y tontos útiles cacarean, aportando más bulla que cabuya dentro de un amplio espectro opositor.
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