Las tragedias humanas del día a día venezolano claman al cielo por rectificación y justicia. Y resulta casi imposible explicar a quienes las sufren en carne propia lo difícil de conjugar todos los factores – nacionales e internacionales – que deberán confluir para vencer el flagelo criminal que hoy se ensaña en Venezuela.
Por Antonio A. Herrera-Vaillant
Las crudas realidades del desgobierno y el abuso se sufren y se protestan hoy en Venezuela sin que exista una fórmula en el mundo que permita resarcir el mal que ya se hizo. Los hoy agraviados no pueden restañar sus heridas personales con propuestas políticas, económicas y sociales.
No hay sesudo analista en el mundo capaz de ofrecer explicaciones geopolíticas y económicas que logren consolar a una madre que pierde a su hijo por falta de medicamentos.
Por eso es una cosa denunciar a todo pulmón los crímenes, abusos y estragos de la dictadura comunista en Venezuela, y otra muy distinta la paciente labor que se necesita para conseguir el punto de solución decisivo para el fin de la actual pesadilla.
Desgraciadamente esa ha sido un poco la historia de la humanidad. Son pocos los pueblos que en algún momento de su historia no han sufrido embates igual o peor que lo que hoy enfrenta Venezuela. Las desgracias de una sociedad – por horripilantes que fuesen – casi nunca han servido de base para que otras naciones acudan al rescate.
Lo que sí pueden hacer analistas, politólogos y economistas es abstenerse de ofrecer espejismos y varitas mágicas para compensar las heridas abiertas en una sociedad agredida y degradada por las siniestras fuerzas de una tiranía criminal y sin escrúpulos.
Y también pueden ayudar a canalizar todo el horror de la actualidad hacia la formación de una eficaz vacuna contra cualquier reaparición del mismo tipo de engañoso flagelo en el mapa político de la nación.
Hoy la Venezuela democrática y enamorada de sus libertades lleva más de veinte años luchando contra la peste comunista. Ha tenido momentos de euforia y otros de amargura y decepción, pero si algo es comprobado es que la mayoría del país no se resigna a su dura realidad, y reacciona como resorte ante el menor asomo de terminar con la pesadilla. Por eso es falso y absurdo referirse a una oposición abatida, derrotada, o adaptada a una suerte degradante.
Si hay algo que se puede tener por seguro es que, más allá de los estertores de la bestia herida, la lucha por la libertad se mantiene firme, con la vista puesta en un futuro de esperanzas y renacer democrático. Quizás oscurezca aún más antes de amanecer, pero vamos bien y pronto iremos mejor.
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