Conoce los motivos por los que este hombre de Miami duerme en el patio trasero de su casa

Él es un empleado de primera línea para un banco de alimentos, Farm Share, donde supervisa los comestibles gratuitos que se entregan semanalmente a miles de personas en los sitios de entrega en todo el sur de Florida.

Pero cuando regresa a casa de esas gotas de comida, se preocupa por la gente en casa: su suegra de 84 años con Alzheimer. Su esposa de 48 años con una afección cardíaca. Sus tres hijos adolescentes, incluido uno con asma. Su nieto de 2 años.

“No puedo enfermar a mi familia. Tengo demasiado que perder”, dijo Delgado, de 52 años, sentado en una silla afuera de la tienda en la terraza de su piscina, bebiendo un Heineken debajo de una puesta de sol de cielo rosado en el sur de Florida.

“Prefiero asumir esto para mantener a mi familia segura”, dijo.

Delgado no cree que esté haciendo nada particularmente extremo o heroico.

Nacido en Nueva Jersey pero criado en Liberty City, ha dedicado su vida a la divulgación, distribuyendo agujas limpias a los usuarios de drogas en las casas de tiro, dando condones a los pacientes con VIH y llevando bolsas de comestibles a las personas sin hogar que viven bajo las calzadas.

Su trabajo en los bancos de alimentos durante los últimos 14 años, los últimos siete en Farm Share, le ha demostrado lo que significa para una persona contar con comida. Los niños que van a la escuela con hambre tienen más probabilidades de intimidar a otros, y los adultos con inseguridad alimentaria tienen más probabilidades de recurrir a la delincuencia por comida, dijo.

“Para mantener la calma del país, tenemos que hacerle saber a la gente que hay lugares donde la gente puede conseguir comida“, dijo. “Comer no es un privilegio, es una necesidad. Si hay pánico y no hay dónde conseguir comida, ¿ qué va a suceder?

Él lo sabe de otra vida, cuando le dispararon cinco veces y casi muere mientras corría con pandillas de Miami, pasando varios años en una prisión de alta seguridad. Políticos del entonces gobernador. Rick Scott a la congresista estadounidense Frederica Wilson le pidió que hablara con otros reclusos en los años posteriores a su liberación.

Su trabajo lo lleva a los bancos de alimentos y almacenes de Farm Share en Florida. En su vuelo de regreso de Jacksonville hace dos semanas, una azafata junto a él tuvo una tos seca y un pasajero separado le susurró a una amiga que pensó que podría tener el coronavirus.

Entonces, cuando llegó a casa, llamó a su esposa, Barbie, y le dijo que abriera la puerta de atrás.

Se quitó la ropa y la puso en una bolsa de basura para llevarla directamente a la lavadora. Se duchó debajo de la manguera en el patio trasero.

Esa noche en la cena, imaginó su aliento como si fuera una nube visible, como en las películas de pandemia, e imaginó a su familia sentada alrededor de la mesa inhalando.

“Si iba a seguir viniendo al trabajo y ser parte de la solución, tenía que encontrar una manera de proteger a mi familia”, dijo.

Entonces, al día siguiente, le dio la noticia a su esposa: dormiría en una tienda de campaña en su patio trasero en lugar de arriesgar la salud de su familia.

Barbie, dice, estaba furiosa, y también asustada. (Saludó desde la ventana dentro de su casa, pero se negó a ser entrevistada).

Ella le pidió que considerara dejar su trabajo o cambiar a un papel que no le obligue a tratar con el público. Renunciar a su trabajo, dijo, no es una opción.

“Necesito pagar mis cuentas. Necesito alimentar a mi familia. Tengo que trabajar o mi familia será la que esperará la comida”, dijo.

Nota de Miami Herald

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