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La verdadera historia de las armas fantásticas de Juego de Tronos

Hielo, Garra, Aguja, Guardajuramentos, son muchas las espadas míticas con las que los personajes de Juego de Tronos han ido librando sus batallas temporada tras temporada, pero la serie cuenta con un abanico de armas mucho más amplio, desde el Arak de Khal Drogo hasta la ballesta con la que Tyrion protagoniza una de las […]

Por Allan Brito
La verdadera historia de las armas fantásticas de Juego de Tronos
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Hielo, Garra, Aguja, Guardajuramentos, son muchas las espadas míticas con las que los personajes de Juego de Tronos han ido librando sus batallas temporada tras temporada, pero la serie cuenta con un abanico de armas mucho más amplio, desde el Arak de Khal Drogo hasta la ballesta con la que Tyrion protagoniza una de las escenas más famosas de la cuarta temporada. Pero también hay armas mucho más sofisticadas, fruto de la ficción. O no tanto.

Por redacción Miami Diario

Se trata del fuego valyrio y las cuchillas de vidriagón, dos grandes aliados con los que algunos de los personajes logran vencer a sus más duros enemigos, a lo largo de la historia cuyo fin se acerca. Pero, aunque pueda parecer que ambas son fruto exclusivo del ingenio de George R.R. Martin, lo cierto es que las dos tienen equivalentes bastante cercanos en la vida real.

Aunque no se haya reconocido abiertamente que el mortal fuego verde tan adorado por los antiguos Targaryen esté basado en el fuego griego, lo cierto es que son muchas las referencias que permiten comparar al uno con el otro.

Este consistía en un arma arrojadiza, utilizada por el Imperio Bizantino en su lucha contra la expansión islámica. Aunque ya había sido usada una mezcla similar en el siglo I antes de Cristo durante las guerras mitridáticas, se considera que su verdadero inventor fue el cristiano griego Callinicus de Heliópolis, quien tomó aquella vieja fórmula y la transformó en una potente arma mortal que garantizó la victoria del ejército de Constantinopla. Consistía en una sustancia que prendía al ser arrojada, generando un fuego que no solo no podía apagarse con agua, sino que se extendía mucho más en contacto con ella. Esta es precisamente la razón por la que se usaba más frecuentemente en batallas navales.

Del mismo modo que solo los alquimistas de Desembarco del Rey conocen la receta del fuego valyrio, la composición del fuego griego fue también un secreto que pasaba de emperador a emperador y fue guardado con tal éxito que a día de hoy es todo un misterio. Sí que es cierto que muchos científicos han especulado con cuáles podían ser los ingredientes de esta mezcla explosiva, llegando a concluir que la base debía ser de nafta, a la que se incluían otras sustancias, posiblemente azufre, resina de pino, amoniaco, algún nitrato o cal viva.

Según explicó el doctor en química Justo Giner a Agencia Sinc en un artículo de 2013, la nafta, un compuesto líquido derivado del petróleo, serviría como combustible, que necesitaría un aporte de oxígeno, como el nitrato. Por otro lado, la cal viva en contacto con el agua se calentaría por encima de 150ºC, sirviendo como mecha para dar lugar a la reacción de combustión.

Pero no solo era necesario el compuesto químico, también eran muy importantes otras medidas, como tener dispositivos adecuados para su lanzamiento y personas cualificadas para ello. De hecho, algunos escritos cuentan que en cierta ocasión el ejército enemigo logró robar algunas vasijas llenas de esta codiciada sustancia, pero nunca supieron cómo utilizarla.

Y es que los ingenieros navales bizantinos dotaron los barcos de dispositivos hidráulicos accionados por unas bombas de cobre, que dotaban a la mezcla de la presión necesaria para dar lugar al fuego. Además, los soldados eran entrenados para usar tanto estos dispositivos como unas vasijas de cerámica, que empleaban a modo de granadas de mano. Incluso se dice que los técnicos que lo custodiaban permanecían aislados, sin contacto con nadie, para evitar posibles trasvases de información.

En cuanto a la forma de apagarla, existen varias teorías al respecto. Lo más plausible sería eliminar la mayor cantidad posible de oxígeno, para que no pudiese darse la reacción de combustión. Por eso, sería una buena opción lanzar sobre el fuego esteras de esparto o arena, hasta conseguir sofocarlo. Algunos documentos de la época cuentan también que si se acercaba un paño con vinagre al fuego, este no prendía. Esto lleva a pensar también en que el vinagre podría haber sido un buen sofocante, ya que reaccionaría con la cal viva, impidiendo que se calentara al entrar al agua.

En el caso del fuego valyrio, se dice que aparte de las reacciones químicas su fabricación requiere una serie de cánticos y conjuros, que intervienen en que sea más o menos potente. Esto ya si es ficción, pero hay que reconocer que lo demás se parece bastante.

Fuente: businessinsider

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