Opinión

Pedro Corzo: Subversión e Ingobernabilidad

Es más que evidente que las fuerzas contrarias a las democracias no cesan de reinventarse, de gestar fórmulas que conduzcan a la desestabilización de un sistema que con todas sus imperfecciones es el que más espacio de libertad y disfrute de sus derechos concede al ser humano, más aun, solo en las democracias, hay ciudadanos. […]

Por Allan Brito
Pedro Corzo: Subversión e Ingobernabilidad
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Es más que evidente que las fuerzas contrarias a las democracias no cesan de reinventarse, de gestar fórmulas que conduzcan a la desestabilización de un sistema que con todas sus imperfecciones es el que más espacio de libertad y disfrute de sus derechos concede al ser humano, más aun, solo en las democracias, hay ciudadanos.

Por Pedro Corzo

En Venezuela, Nicaragua y la Bolivia de Evo Morales el poder lo asumieron los enemigos de la libertad aprovechando los espacios democráticos existentes en esos países para llegar al gobierno por vía electoral. Sin ser demócratas, usaron esos mecanismos para tomar el poder y abolir el estado de derecho, con el añadido de que se aliaron al crimen organizado para corromper de forma absoluta sus mandatos.

Todos los países democráticos del hemisferio, incluido Estados Unidos, siguen siendo el objetivo de esta nueva variante subversiva que aunque no excluye la fuerza, procura a través de una acción de masas, coordinada por un organismo central en la clandestinidad, generar un ambiente de caos que obligue al gobierno a recurrir a la violencia extrema para mantener la gobernabilidad.

Las entidades que impulsan la subversión blanda, agotar el sistema, aprovechan la espontaneidad de las manifestaciones. Ellos no inician los ataques, solo se suman e impulsan la violencia y el desorden, por eso se aprecia que muchos manifestantes, verdaderamente independientes, rechazan el vandalismo de los comprometidos con el proyecto

El objetivo de estos grupos de control es una polarización esquizofrénica en la que el Estado y el Gobierno se transforman en el enemigo a embestir por una militancia enceguecida por las injusticias. Estas huestes, en su mayoría ávidas de equidad, son incentivadas por criminales y delincuentes políticos que por diversos motivos no están dispuestos a disminuir la virulencia de sus acciones hasta imponer sus condiciones.

La violencia oficial es otro factor que nutre tanto las manifestaciones violentas como pacíficas, sin embargo, las autoridades tienen que actuar para impedir la anarquía. No pueden permitir los “quince minutos de odio de George Orwell” en los que la ciudadanía libera todos sus demonios porque sería el fin de la convivencia, si la represión indiscriminada incentiva la violencia, la conducta laxa de algunas autoridades ante las primeras oleadas de fanatismo confiando que ese desahogo inicial purgue las furias, tiene el mismo resultado.

Lo apreciamos en varios países latinoamericanos hace unos meses, Chile particularmente, y ahora en Estados Unidos, donde un número importante de ciudadanos legítimamente ofendidos han salido a las calle a protestar por el infame crimen de un policía contra un ciudadano indefenso, situación que ha sido aprovechada por delincuentes y operadores políticos para impulsar agendas personales o ideológicas en detrimento del derecho y los bienes de todos.

Protestar contra las autoridades que abusan de sus prerrogativas es un derecho fundamental. No se puede ni debe callar ante un crimen. Tampoco justificar los abusos gubernamentales contra otros ciudadanos porque opinen de forma diferente a la nuestra. Todos somos potenciales víctimas de los abusadores de oficio, presentes en todos los gobiernos y pensamientos políticos, ahí radica la importancia del estado de derecho que es quien procesa y criminaliza a los culpables.

Como ciudadanos estamos comprometidos a actuar contra aquellos que promueven el extremismo y la confrontación violenta en una sociedad democrática como en la que vivimos, sin embargo, en Estados Unidos, como en otros países, se conjetura un proceso de radicalización que es nefasto para la democracia.

Hay un evidente esfuerzo en muchas agrupaciones para que el centro desaparezca y solo resten extremos donde abanderarse. El rojo y el negro no deben ser nuestras alternativas. El comunismo y el fascismo en cualquiera de sus variantes conducen a la dictadura, proyectos que lamentablemente no están agotados porque sobran individuos que defienden uno u otro vehementemente.

No faltan quienes defienden planes extremistas en cualquier ámbito de la dimensión humana. Minorías férreamente organizadas y disciplinadas con claros objetivos orientados a la esvática o a la hoz y el martillo. La victoria de cualquiera de estas propuestas o la simple hegemonía de las dos, haría desaparecer el centro político, el ámbito de conciliación de las diferencias, la tolerancia.

Es nuestro deber no guardar silencio. Proceder activamente contra quienes promueven el extremismo y la confrontación violenta. Tenemos derecho a la paz, a la convivencia.

Periodista
(305) 498-1714

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