Opinión, Política

Julio M. Shiling: Cuba, EE UU y el perfeccionamiento republicano

La República de Cuba surgió el 20 de Mayo, 1902 evidenció un pluralismo político vibrante, pese a todas sus imperfecciones y comparada con otras democracias incipientes. Por Julio M. Shiling Los procesos políticos y sociales son siempre dinámicos y urgen a la hora de emitir un juicio hacer un análisis comparativo y balanceado para así equilibrar […]

Por Allan Brito
Julio M. Shiling:  Cuba, EE UU y el perfeccionamiento republicano
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La República de Cuba surgió el 20 de Mayo, 1902 evidenció un pluralismo político vibrante, pese a todas sus imperfecciones y comparada con otras democracias incipientes.

Por Julio M. Shiling

Los procesos políticos y sociales son siempre dinámicos y urgen a la hora de emitir un juicio hacer un análisis comparativo y balanceado para así equilibrar todos los factores y separar la emoción, la falsificación y la historiografía de la realidad. Esto no quiere decir que se debe relativizar la historia o menos aún, distorsionar la evidencia empírica.

Colocar todo en su tiempo y comparar otras experiencias, sin embargo, es una tarea obligatoria para arribar o acercarse a un entendimiento claro. Cada 20 de Mayo, Día de la Independencia de Cuba, cualquier persona que minimice este acontecimiento magnánimo para los cubanos, se serviría de mucho si hiciera una reflexión integral sobre este hecho seminal.

La Enmienda Platt, las relaciones con los EE UU y el modo que concluyó la Guerra de Independencia han sido (y siguen siendo) puntos de discordia nacional. Las razones para la divergencia y el discrepar en cuanto a la lectura que se le dé sobre estos factores son válidas.

El análisis crítico dentro de un marco de libertad es un abono indispensable para los que sueñan con vivir en el sistema de gobierno que es la democracia. Eso es muy diferente a la acción vil y malintencionada de calumniar a la república que se proclamó en aquella primavera de 1902.

Podemos mirar a muchos ejemplos, pero tomemos sólo dos. Uno de ellos es los propios EE UU. La república estadounidense, la democracia más longeva en continuidad en la historia, brotó con defectos inherentes y contradictorios enormes. Su enunciación política insigne, la Declaración de Independencia (1776), exponía valores universales y sus forjadores enraizaron los preceptos nacionales en los derechos naturales y el apego a Dios.

Esto fue el caso, a pesar de que en la mitad del país la esclavitud era la norma. Esta inconsistencia moral, filosófica y epistemológica con la práctica, llevó a la nación norteamericana a una guerra civil bestial (2 % de la población murieron), contienda bélica que finalizó 89 años después de la famosa proclamación independentista.

Ni hablar del largo camino posterior para alcanzar la uniformidad en los derechos civiles de los afrodescendientes estadounidenses que se materializaron 189 años más tarde.

Irlanda es otro caso en punto. Casi desde el surgimiento del concepto tribal o nacional irlandés, estaba presente las ansias del separatismo de Inglaterra. La Guerra de Independencia Irlandesa, la campaña violenta de dos años que al final logró provocar la separación y vio su materialización con el Estado Libre Irlandés (1921), ataba a Irlanda a la mancomunidad británica.

El Tratado Anglo-Irlandés, una versión de la Enmienda Platt en la isla esmeralda, tuvo que esperar 16 años para poder fisurar el acuerdo y un total de 28 años antes de que Irlanda fuera proclamada, oficialmente, una república. La República de Irlanda no ses, más ni menos, por ese “apéndice” a su democracia incipiente.

Aunque a prisa, entremos en el caso cubano. La geografía es inescapable. Vecinos poderosos (económicos, políticos y militares), con una predictibilidad alta, impactan los cursos sociopolíticos de países cercanos. Abundan aquí también los ejemplos empíricos de este fenómeno.

Ya para la década de 1850, los EE UU era el mercado principal para el azúcar cubano. Ese monto, para la década de 1890, superaba el 80 %. Separando el debate de qué si esto es bueno o malo y habría que mirar cada situación con particularidad, lo innegable es que relaciones comerciales estrechas forma enlaces e influye la relación entre los Estados implicados.

La nación cubana dispersa por el mundo, ya desde la era colonial, halló en los EE UU una segunda casa y concibió una patria transportada. Nuestras mejores almas e intelectuales más brillantes transitaron relevantes partes de sus trayectorias humanas por lugares como Nueva York, Cayo Hueso, Filadelfia, Tampa y San Agustín.

El movimiento histórico separatista cubano contó siempre con corrientes potentes de anexionismo. Esto fue particularmente importante en las primeras gestas de liberación organizadas. Esto no quiere decir que los cubanos desterrados en los EE UU querían emular intacto el modelo estadounidense o que no veían las manchas del gran vecino.

Martí y Varela fueron sólo dos de nuestros fundadores que abundaron tanto en los elogios como a la crítica de la vida estadounidense y del ejercicio de poder político en la patria de Lincoln.

La experiencia de esta importante emigración nacional formuló la oportunidad para que sus hijos más influyentes tuvieron una apreciación y una óptica muy particular sobre los EE UU. Y algo muy extraordinario: vivir en el extranjero y desde sus orillas, edificar la nación cubana y poblar su idiosincrasia.

Dado tantas realidades consumidas, lo lógico sería apostar que las relaciones entre ambos países serían dinámicas y con ciertos entrelazos donde el menos fuerte se impactaría más.

Los EE UU, sin duda, cometió errores y pecados. La lucha larga por la independencia de Cuba fue épica y llevada a cabo en una serie de sublevaciones, contiendas y guerras continuas.

En la Guerra de Independencia, la decisiva, el Ejército Libertador controlaba no sólo el campo, algo en sí de suma importancia en el caso cubano (la economía y la agricultura), sino también controlaban en alguna capacidad determinadas zonas urbanas para finales de la guerra.

Sin la participación previa y presencia del Ejército Mambí, los norteamericanos se hubieran enfrentado a un cuerpo bélico muy diferente al que encontraron durante su muy breve colaboración en la Guerra de Independencia. La exclusión de los cubanos de los acuerdos de paz y todo lo que eso trajo fue una deshonra para los EE UU.

España prefirió mil veces sentarse con los estadounidenses en las negociaciones para concluir su dominación de Cuba, porque sabían que conseguirían mejores términos. De hecho, así fue. Los EE UU al defender los intereses españoles de la manera que lo hicieron, propiciaron una tradición trágica en nuestra historia que ha sido la impunidad.

En Cuba, la comandancia española cometió crímenes de lesa humanidad crasos. Las propiedades confiscadas a los mambises, no sólo nunca fueron retornadas o éstos indemnizadas por ellas, sino que las propiedades de los españoles y de cubanos cómplices que se beneficiaron de oportunidades económicas abiertas por la gesta de liberación, se les protegió.

España y cubanos mezquinos cometieron los crímenes, pero al final los EE UU se prestó para encubrirlos.

La Enmienda Platt fue otro acontecimiento penoso para los EE UU. Esta incisión temporal al tejido republicano cubano violó la letra y el espíritu de la Enmienda Teller, esa legislación estadounidense (1898) que condicionó la intervención norteamericana al respeto pleno por la soberanía cubana.

La Enmienda Platt siempre encontró resistencia de los cubanos, tanto abierta como tácita, y el empeño colectivo criollo logró abrogarla 32 años más tarde de la instauración de la república y ciertamente, ya bajo el reloj del cuarto presidente cubano, Alfredo Zayas, había empezado su desmantelamiento.

La República de Cuba que surgió aquel 20 de Mayo evidenció un pluralismo político vibrante, pese a todas sus imperfecciones y comparada con otras democracias incipientes.

En sus 56 años de república libre, hubo traspasos de poder exitosos entre partidos competidores y hasta épocas enteras que reflejaban corrientes ideológicas predominantes en sus eras, como fue la etapa liberal (incluye la corriente conservadora) (1902-1933) y la etapa socialdemócrata (1933-1958).

Hubo fraude generalizado en dos elecciones:1906, 1916; y dos periodos autoritarios: Gerardo Machado (1929-1933) y Fulgencio Batista (1952-1958). Tanto en esas dos elecciones espurias y en los dos periodos autoritarios, los cubanos tomaron cursos de acción para corregir y combatir esas deficiencias.

Procesos de rectificación normal de un país que dicho sea de paso, el comunismo siempre aprovechó para avanzar su carrera por el poder político que oficialmente se trazó desde que llegó a Cuba Fabio Grobart, en la década de 1920, el primer delegado soviético de la Comintern. Curiosamente, los comunistas cuando más cómodo y apegados estuvieron al poder político de Cuba republicana, fue durante los dos procesos autoritarios de Machado y Batista (sobre todo el último).

Es pueril o cínico querer categorizar a aquella Cuba proclamada como nación independiente en 1902, como algo menos de lo que fue: una república libre y democrática.  Defectos por supuesto que los tuvo. ¡Que tire la primera piedra el país que haya estado o esté libre de manchas, particularmente en su fase embrionaria!

Los comunistas, de ayer y de hoy, se han encargado, descarada e irresponsablemente, de difamar a Cuba republicana. Deconstruir, distorsionar, falsificar y ejercitar todo el poder a su alcance para reforzar esas aberraciones ha sido su logos y es fundamental para su supervivencia.

Cuba, la verdadera patria, tendrá días mejores y una refundación que recogerá lo mejor de nuestro pasado y las ansias de nuestros fundadores.

Julio M. Shiling

Politólogo, escritor, conferenciante, comentarista y Director del foro político y la publicación digital, Patria de Martí. Tiene una Maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) de Miami, Florida. Es miembro de The American Political Science Association (“La Asociación Norteamericana de Ciencias Políticas”), el International Political Science Association (“La Asociación Internacional de Ciencias Políticas”) y el PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio.

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