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Tras la fama en las redes: No todos podemos ser influencer

Ser “influencer” se ha vuelto sinónimo de fama y fortuna. La fama alcanzada en las redes por unos pocos (muy pocos si se compara que el número de usuarios de las redes) ha creado la falsa impresión de que cualquiera con un smartphone puede serlo. Por Cecilia Pachano/MiamiDiario “Mamá, quiero ser influencer”. Esa es la […]

Por Allan Brito
Tras la fama en las redes: No todos podemos ser influencer
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Ser “influencer” se ha vuelto sinónimo de fama y fortuna. La fama alcanzada en las redes por unos pocos (muy pocos si se compara que el número de usuarios de las redes) ha creado la falsa impresión de que cualquiera con un smartphone puede serlo.

Por Cecilia Pachano/MiamiDiario

“Mamá, quiero ser influencer”. Esa es la tendencia del 51% de los jóvenes de la llamada generación Z, adolescentes de la generación postmillenial, nacidos entre mediados de los noventa y del 2000, a los que no afectan las críticas y que por, ejemplo en España, ven en El Rubius o en Dulceida espejos en los que mirarse.

El deseo de ser famosos y obtener contratos publicitarios multimillonarios pareciera confluir en las redes sociales y cualquiera con apenas cientos de seguidores piensa, ingenuamente, que el camino a la fama está servido.

El mundo está cambiando y se está adaptando al 2.0. SocialPublic ha publicado el primer estudio global de microinfluencers, personas que atesoran tan sólo un millar de seguidores pero que dedican tiempo e ilusión a la vida en las redes.

SocialPublic es una empresa de marketing de influencers y tiene una máxima: todos somos influencers. El estudio se centra en los denominados microinfluencers, aquellos que tienen menos de 1.000 followers pero que participan en campañas y son activos en las redes.

El análisis se ha realizado con 1.000 influencers, que han participado al menos tres campañas con SocialPublic. Son mayoritariamente españoles, pero también procedentes de México, Colombia y EEUU, y arroja datos interesantes.

De acuerdo a este estudio un microinfluencer no puede vivir sólo de colgar fotos en las redes, ya que ingresa como media aproximadamente 115 dólares mensuales. El 62% de los encuestados sólo recibe un 10% de todos sus ingresos por esta vía.

Dentro de este grupo con audiencias de 1.000 personas, el 47% dedica más de cinco horas diarias a las redes sociales, seguido de un 32,5 % que lo hace entre tres y cinco horas. En este grupo, el 77% publica contenidos a diario, mayoritariamente por la noche, aunque también hay un porcentaje elevado que lo hace por las tardes.

Instagram es la red preferida para el 60% de los usuarios, seguida de Facebook, Twitter y YouTube, aunque hay que tener en cuenta que cada red se enfoca en un determinado público y target, y además tiene una intención diferente. Instagram es un escaparate perfecto para la moda y la belleza y Twitter es una red de periodistas y noticias.

No todos ganan dinero

Hay una abultada brecha económica en cada segmento: los influencers que tienen más de 100.000 seguidores pueden cobrar 1.150 dólares por una foto, y los celebrities pueden llegar a facturar entre 6.000 y 12.000  dólares por foto o campaña.

A esto se suma  el que no es fácil determinar en qué medida cambia la vida a una persona  al tener la confianza de miles de usuarios gracias al poder de la red.  Risto Mejide, en su programa Al Rincón, realizó entrevistas a las figuras más relevantes de la red para los jóvenes españoles en el año 2015. En la que le hiciera a  «El Rubius»—uno de los más populares influencers en  España— salieron a la luz las sombras de lo que había supuesto su salto a la fama.

Por la presión mediática y el acoso que sufría por parte de sus fans, atravesó una depresión que le llevó a no salir de casa. Situación difícil de vivir cuando, al tiempo, tenía que cumplir con los plazos de subida de vídeos sin la energía y ánimo necesarios; además, según relata, carecía de una red de apoyo social estable que le permitiera expresar sus vivencias y sus emociones, por lo que no resulta extraño entender que la fama acabara por superarle.

Y ese es el lado poco conocido de quienes triunfan como influencers, pero no todos logran el éxito que esperan, presentamos acá tres ejemplos.

El caso de Lissete Calveiro

Lissette Calveiro es el nombre de la joven que acumuló una enorme deuda por intentar ser famosa en Instagram. Calveiro se mudó de Miami a Nueva York para realizar unas prácticas en el año 2013, la joven de 26 años cuenta que cuando llegó “a la Gran Manzana”, se sintió “presionada para mantener una presencia glamurosa” en sus redes sociales. Calveiro ha contado su historia a los medios de comunicación para que se conozca que esta situación la viven miles de millenials en la actualidad.

Lissette contaba con unos 10 mil seguidores cuando se dio cuenta de que tendría que hacer algo para mantenerlos, para no perder ese flujo de usuarios. Así la joven comenzó a gastar dinero en ropa de marca, cenas lujosas y brunch con amigos para llenar la “red social con fotos del todo envidiables”. Las prácticas a las que asistía no estaba remuneradas, el primer paso para costear su fama fue solicitar tarjetas de crédito.

Cuando las tarjetas de crédito se saturaron por completo, Calveiro tuvo que combinar sus prácticas con un trabajo a tiempo parcial que le generaba un dinero al mes con el que costear su vida de influencer. De esta manera llegaron los viajes, el aumento de ropa -“nunca podía repetir un outfit”, aseguró la joven- y las poses en diferentes lugares de Estados Unidos: “Una vez gasté 700 dólares  en una viaje de ida y vuelta a Texas para asistir a un concierto de Sia”, contó Calveiro.

Las prácticas de la joven llegaron a su fin. En ese momento, se vio obligada a regresar a casa de sus padres en Miami, donde tuvo que trabajar a tiempo completo como publicista para poder mantener su perfil al nivel en el que estaba: “Vivía una mentira, invertí mucho dinero en comprar bolsos de marca y cuando regresé a Miami tenía una deuda de más de 10 mil dólares  en mis tarjetas de crédito”, explicó Calveiro en una entrevista.

En el año 2016 Calveiro regresó a Nueva York después de conseguir un trabajo fijo como relaciones públicas. Para poder sobrevivir en esta ciudad y seguir siendo famosa en Instagram, la joven se planteó reducir sus gastos: empezó a publicar fotos antiguas en Instagram en lugar de crear nuevas, alquiló ropa cara en lugar de comprarla, se mudó a un piso compartido para reducir el alquiler y comenzó a cocinar desde casa más a menudo.

Ahora cuenta con más de 16 mil seguidores en Instagram, ha podido pagar su deuda y su objetivo, al contar su historia, es que los jóvenes desarrollen una consciencia mayor en al ámbito de las redes sociales.

El fracaso de Pelayo Díaz

A Pelayo Díaz, un influencer español, le gusta presumir de la gente con la que se relaciona. Basta echar un vistazo a su famoso blog, Katelovesme.net, para ver sus retratos de Anne Wintour, Victoria Beckham, Tom Ford, Suzy Menkes, Naomi Campbell o Helena Christensen.

Todos ellos aparecen en su crónica de los British Fashion Awards del pasado 8 de diciembre. Un evento al que acudió como miembro del séquito de Nicolas Ghesquière, director creativo de Louis Vuitton. El mismo hombre que le ha llevado a la isla caribeña de San Bartolomé a todo trapo para pasar el fin de año. Un destino paradisíaco en el que puede haber coincidido con la modelo Heidi Klum, el rapero Puff Daddy o la actriz Salma Hayek y su marido, el ‘patrón del lujo’, François-Henri Pinault, ya que también han pasado allí estos días.

En sus redes sociales, el asturiano acumula más de 47.000 seguidores en Twitter y  170.000 seguidores en Instagram, un atractivo filón publicitario.

Todos sus contactos y fama no lograron que encontrara suficientes alumnos para la master class, que pretendía impartir en el Hotel Santo Mauro el pasado mes de noviembre. Pelayo quería compartir su sabiduría en el mundo de la moda con 15 jóvenes aspirantes a ‘digital influencers’ a los que pretendía cobrar 1.800 dólares por tres días explicando cómo entrenar la mirada o seleccionar a qué eventos hay que acudir. En total, Pelayo podría haberse embolsado 26.000 dólares… si no lo hubiese tenido que suspender por falta de matriculados.

Un baño de agua fría para el ego del joven, quien había puesto mucha ilusión en este proyecto. El periodista Popy Blasco, profesor de ‘coolhunting’ para IED e IADE, explica por qué Pelayo no triunfó en su proyecto de convertirse en profesor. “Esto demuestra que la gente no es tonta. Una cosa es que se lo pase bien consultando Instagram mientras espera al autobús pero de ahí a que un instagramer te venda un curso a ese nivel… Todos sabemos que nadie te puede enseñar ser una persona influyente.  A esto no te puede enseñar nadie”.

Para Blasco, Pelayo ejemplifica “la pedrada que todos tenemos con las redes sociales, ese boom del ego que vivimos”. 

Anna Delvey  la influencer estafadora

Lo único que tenía de real era su nombre: Anna. El resto, desde su apellido y su nacionalidad hasta los ceros de su cuenta bancaria era ficción.

Anna Delvey -o Anna Sorokin-, de solo 26 años, se metió en el bolsillo a la alta sociedad neoyorquina. Logró hacerles creer que era una rica heredera alemana y sin un dólar en su cuenta, se las ingenió para que la invitaran a las mejores fiestas, que la dejarán hospedarse en hoteles de lujo, que le cedieran pasajes en primera que la llevaban de los fashion week de Nueva York y París a los de Londres y Berlín. En suma: que solventaran su costoso ritmo de vida.

La historia de la estafadora influencer -tenía más de 45 mil seguidores en Instagram– fue revelada en Vanity Fair por una de sus propias víctimas, Rachel De Loache Williams, editora de fotografía de la revista y quien llegó a prestarle más de 60 mil dólares para viajar juntas a Marrakech.

Rubia, de estatura media, vestida siempre de negro y de Givenchy y adicta a las gafas XXL de Celine, Delvey siempre merodeaba los círculos de la élite neoyorquina: las muestras de arte donde hay que dejarse ver, los restaurantes de moda.

Por las noches dormía en una suite de 500 dólares en el flamante hotel 11 Howard, al sur de la ciudad, donde dejó una cuenta sin pagar de más 30 mil dólares. Con el pretexto de que tenía 25 millones de dólares en un banco -y documentos falsos que lo certificaban- solía buscar inversores que le dieran otros 25 millones de dólares para abrir el club artístico más grande de la ciudad.

Nacida en 1993 en Rusia su padre era un camionero. En 2007 su familia emigró a Alemania y en 2013 salió a conseguir la vida de lujo con la que soñaba, a cualquier precio. Luego de un trabajo como becaria en la revista francesa de moda Purple empezó a codearse con la gente del ambiente.

Desde hace seis meses Anna pasa las noches en un lugar mucho menos glamoroso de los que estaba acostumbrada: la cárcel de Rikers, la más dura e inhóspita de Nueva York, ubicada en la isla del mismo nombre.

 

Acusada de estafas por más de 300 mil dólares, esta vez la joven rusa/alemana Sorokin/Delvey pobre/rica no convenció a nadie de que le pagara la fianza. La última vez que se presentó ante el jurado, en enero de este año, lo hizo con sus gafas Céline y con una actitud infranqueable: no piensa declararse culpable. Enfrenta una condena de hasta 15 años de prisión.

Con informacion de Mercado 2.0, la Vanguardia, Merca2, SemRush

 

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