Opinión

Carlos Escaffi Rubio: Testimonio de un profesor

Enseño hace casi 10 años, siempre en las noches después del trabajo, y si me preguntaran, ¿qué es lo que más extraño de enseñar bajo la actual coyuntura de virtualización académica?, diría que es la particular mística que tienen las clases presenciales, en donde siempre habrá una historia nueva que contar, en una sesión llena […]

Por Allan Brito
Carlos Escaffi Rubio: Testimonio de un profesor
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Enseño hace casi 10 años, siempre en las noches después del trabajo, y si me preguntaran, ¿qué es lo que más extraño de enseñar bajo la actual coyuntura de virtualización académica?, diría que es la particular mística que tienen las clases presenciales, en donde siempre habrá una historia nueva que contar, en una sesión llena de ritos, costumbres y formas únicas que se viven en cada aula y por cierto, en el anhelado campus universitario, que se convirtió para la comunidad universitaria es un espacio de realismo mágico en el que conviven nuestras metas, desarrollo de capacidades, sueños, aspiraciones, penas, triunfos, redes y también complicidad.

Por Carlos Escaffi Rubio (*)

Para quienes disfrutamos de esta magnifica experiencia y apostolado, bajo este escenario de virtualización académica, nos tocó asimilar e internalizar con nuestros alumnos una “normalidad diferente” que debíamos incorporar para seguir avanzando.

Cualquier cambio abrupto genera resistencia y temores, y éste por obvias razones no fue la excepción. Había que apostar por generar breves pero necesarios espacios de diálogo frente a nuestros alumnos que hoy no veíamos en aula, que no sentíamos manifestarse, que no escuchábamos sus historias, que no sabíamos qué pensaban y por último, que no necesariamente recordaríamos sus rostros al cruzarnos en la vida. En consecuencia, hacía de todo sentido el construir y fortalecer un acercamiento.

Debo reconocer la importancia, al iniciar la sesión virtual, del saber cómo se encontraban cada uno de ellos y sus familias, el contestar y despejar sus válidas dudas y preocupaciones, el atender y hacer seguimiento a complejas y tristes situaciones que les/nos toca vivir, como el resultado de un testeo, el positivo de un familiar, o peor aún, el deceso de uno de los nuestros. El rostro humano de los que enseñamos por mera vocación a través de esta fría virtualización académica tiene necesariamente que hacerse presente.

Pero también se hizo necesario el saber compartir alegrías, el motivarlos, el no bajar la guardia en cuanto a la exigencia y rigor académico y que finalmente puedan conseguir de manera óptima el objetivo del curso, por ejemplo: el desarrollo de un Plan de Marketing con una organización real, y que además contribuye a que transiten de la academia a la práctica, sumado a generar una enseñanza para la vida y particularmente para la generación millennials, que evidencien que a pesar de la adversidad y que probablemente recién estén aprendiendo a convivir con ella, que hoy les toca doblarle la mano al destino y conseguir sus metas, que finalmente lo que importa es la dedicación y entrega, y porqué no, la obstinación, por cierto que en su justa medida.

Desde mi humilde opinión, invoco a los que hemos decidido seguir enseñando bajo esta “normalidad diferente”, que mantengan la constante interacción con sus alumnos, que los motiven, que les insistan en detalle mínimos que ayudarán a generar visibilidad, como por ejemplo, detalles tan básicos como sugerir la temática de un día, el recibirlos al iniciar la sesión con un playlist, el disfrazarse de algún personaje de alguna serie, el sugerir que coloquen la foto de su perfil y que no aparezcan solo los apellidos, sino que también sus nombres, que mantengan diálogos y no monólogos a través de las sesiones sincrónicas, promover la escucha de sus voces, menos chateo (salvo circunstancias atendibles de accesos). Nuestra tarea, apelar a nuestra creatividad y también lo disruptivo.

Así las cosas, lo que no nos puede pasar, es que nos acostumbremos a los silencios incómodos durante las sesiones sincrónicas, a que veamos recuadros conectados con fríos apellidos, sin ninguna fotografía, a la ausencia de interés, a la falta de preguntas y por último, creer que hemos cumplido por hablar frente a una pantalla sin ninguna interacción. Eso no es enseñar. Hoy la motivación en los profesores debe incorporar la sinestesia, esa que hace que los otros (sus alumnos) la sientan y se “contagien” de ella.

(*) Gerente de IMAGINACCION Perú y profesor de la Facultad de Gestión y Alta Dirección de la Pontificia Universidad Católica del Perú

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