Opinión

La tinta también mata

Incomprensiblemente hay individuos que gustan construir el cadalso en el que van a ser ejecutados, por eso pocas expresiones son tan ciertas como esa que afirma “nadie aprende por cabeza ajena”. Por José Antonio Albertini Los intelectuales, académicos y letrados que defienden propuestas extremistas deberían tener presente que en los países donde esas fórmulas han […]

Por Allan Brito
La tinta también mata
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Incomprensiblemente hay individuos que gustan construir el cadalso en el que van a ser ejecutados, por eso pocas expresiones son tan ciertas como esa que afirma “nadie aprende por cabeza ajena”.

Por José Antonio Albertini

Los intelectuales, académicos y letrados que defienden propuestas extremistas deberían tener presente que en los países donde esas fórmulas han triunfado los derechos de todos, incluida la vida, pueden ser conculcados como ejemplifican los tristemente famosos procesos de Moscú.

Aquellos que tienden a creer y defender ciegamente las propuestas de los dictadores, por multitudinario que sea  el apoyo que estos disfruten, deberían tener en cuenta que el iluminismo de ese tipo de  dirigente criminaliza a quienes disienten de sus pensamientos.

Es imprudente y puede ser perjudicial, sumarse a la defensa de una causa por popular que esta sea, sino se tienen conocimientos suficientes sobre la misma y sus organizadores. Es un deber estar debidamente informado de las propuestas que se apoyan, no hacerlo, es una irresponsabilidad que puede transformar al individuo  en cómplices de abusos y acciones peores.

Es paradójico, pero frecuentemente los ciudadanos más capaces en un campo cualquiera del conocimiento o de las artes suelen respaldar consciente o inconscientemente causas contrarias a la dignidad humana, convirtiéndose en encubridores de tiranos y en meros artesanos de regímenes que violan los derechos y asesinan a sus ciudadanos, una ignorancia que también los vuelve criminales aun sin haber cometido la menor vejación.

Es difícil entender la admiración de Pablo Neruda por José Stalin o la de Gabriel Garcia Márquez por Fidel Castro. Estos laureados intelectuales en caso de haber producido sus obras en la extinta Unión Soviética o en la Cuba de los hermanos Castro, habrían estado en prisión como el poeta Ángel Cuadra o padecido el “ser una no persona” como le ocurrió a Boris Pasternak.

Las causas populares no siempre son justas ni por esa condición representan lo mejor de la condición humana. Las mayorías cuando se creen poseedoras de una verdad irrefutable tienden a ser abusivas y excluyentes, son presas de sus emociones y actúan guiadas por la pretensión  de reivindicar  sus frustraciones.

De conocimiento directo  es el caso cubano. Las mayorías demandaban paredón y rendían una fervorosa sumisión a Fidel Castro. Aquella ignominia se manifestó mayoritariamente en todos los estratos de la población, a la que se sumó, con la influencia que ejercían sobre el pueblo llano, un número importante de intelectuales, periodistas, escritores y artistas. Participaron devotamente en la histeria colectiva que manipulaba Castro, fueron la cara visible y conocida  de una horda que reclamaba muerte y cárcel para quienes no se sumaran a las propuestas del Mesías que había bajado de la Sierra.

Cierto que muchas de estas personalidades repudiaron en poco tiempo sus ídolos y algunos enfrentaron el nuevo régimen,  pero todos sin excepción, mientras creyeron en la propuesta contribuyeron en la difusión de esas ideas y colaboraron directa o indirectamente en la generación de un ambiente de inseguridad que asfixiaba inexorablemente a quienes no comulgaban con la nueva religión.

Otra realidad es que esos regímenes, aun en la etapa de mayor fervor, el castrismo no fue una excepción, crean una serie de estructuras que son particularmente útiles para cuando el entusiasmo popular empieza a menguar, al desarrollar a través de esas dependencias una política de favores, privilegios y castigo según el caso.

Se debe tener en cuenta que las obras de adulación de los intelectuales seducidos sirven para que el caudillo los distinga con su favor, asimismo tienden a ser utilizadas para segregar y hasta criminalizar a quienes piensan de manera diferente o simplemente carecen de entusiasmo para pronunciarse.

Sencillo, si un poeta halaga a un tirano, probablemente esté perjudicando a sus pares, porque los Iluminados  invariablemente se creen merecedores del culto de todos sus siervos, causa por la cual el intelectual orgánico o corporativo al crear para el Proyecto y su Jerarca trabajan por el sometimiento de todos a la Causa, así que aunque no delate ni apriete el gatillo, también es responsable del encierro y la sangre derramada  de todos los que no veneran al tirano.

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