Opinión

Antonio A. Herrera-Vaillant: Vendiendo el sofá

La internalización de la tragedia venezolana comenzó con la descarada intervención cubana en los más íntimos asuntos de la república – auspiciados por una cuerda de “Quisling” ([1]) criollos. Por Antonio A. Herrera-Vaillant Se amplió cuando el régimen empeñó el petróleo a los chinos; y coronó cuando se entregó a Mr. Putin como ficha de cambio […]

Por Allan Brito
Antonio A. Herrera-Vaillant: Vendiendo el sofá
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La internalización de la tragedia venezolana comenzó con la descarada intervención cubana en los más íntimos asuntos de la república – auspiciados por una cuerda de “Quisling” ([1]) criollos.

Por Antonio A. Herrera-Vaillant

Se amplió cuando el régimen empeñó el petróleo a los chinos; y coronó cuando se entregó a Mr. Putin como ficha de cambio en su juego de póker global con Mr. Trump.

Luego, muchas naciones democráticas han decidido tomar cartas en el asunto, incluso con sanciones para inducir a quienes aquí controlan las armas a que retomen la senda democrática.  Frente a un tablero tan complejo, ¿qué le toca al movimiento democrático venezolano?

Lo prioritario es informarse bien y ubicarse con realismo: identificar fuerzas y debilidades propias en la correlación de fuerzas internas y externas; y reconocer que nuestras prioridades no son las de los demás. A partir de allí, determinar la forma más realista y viable para que confluyan los elementos necesarios para retornar a la legalidad y recuperar las libertades individuales.

Es absurdo mantenerse en una montaña rusa entre la euforia y la histeria, y en un constante tránsito entre lo sublime y lo ridículo ante cada evento internacional. La indignación con los crímenes cometidos y la frustración por la ausencia de justicia no puede llevar a que se descalifiquen potenciales aliados – externos e internos – cuando esos actores hacen o dejan de hacer algo que anhela el movimiento democrático.

Es totalmente contraproducente escupir bilis sobre personas, instituciones o países porque hagan o no lo que los venezolanos democráticos consideran necesario para su lucha por la libertad. Especular sobre la motivación o moralidad de factores que pueden coadyuvar un cambio positivo – llámense militares, chavistas desilusionados o políticos extranjeros – es un juego suma cero que resta a las posibilidades de superar la tragedia actual.

Histriónicas o descabelladas declaraciones contra países, gobiernos, instituciones, partidos y personalidades que de algún modo podrían poner su peso a favor de la libertad de Venezuela servirán para desahogar frustraciones personales, pero a los venezolanos nada aportan.

En cierto modo nos hacen recordar el viejo cuento del primitivo ser que le contó a un amigo haber llegado temprano a casa y sorprender a su mujer y un tipo desnudos, acostados sobre el sofá. Cuando el amigo preguntó que qué había hecho al respecto, el cornudo le respondió que, para evitar que la aventura siguiera, ¡había vendido el sofá!

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[1] Sinónimo de traidor, por el célebre fascista noruego que invitó a Hitler a ocupar su país.

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