Opinión, Política, Venezuela

La Vacuna

  La sabiduría popular indica que nadie – persona o nación – escarmienta en cabeza ajena. Poco vale señalar fracasos de otros tiempos con gente enceguecida por las falsas promesas y esperanzas de una hábil demagogia. Por  Antonio A. Herrera-Vaillant También se dice que Dios ciega a quien quiere perder, y es el caso de […]

Por Allan Brito
La Vacuna
Facebook Twitter Whatsapp Telegram

 

La sabiduría popular indica que nadie – persona o nación – escarmienta en cabeza ajena. Poco vale señalar fracasos de otros tiempos con gente enceguecida por las falsas promesas y esperanzas de una hábil demagogia.

Por  Antonio A. Herrera-Vaillant

También se dice que Dios ciega a quien quiere perder, y es el caso de regímenes que se aferran a libretos que han fabricado para engañar y terminan atrapados en sus propias mentiras.

Ambas verdades cobran especial vigencia en una sociedad que vertiginosamente se va a pique sin que de momento se vislumbren soluciones cívicas y viables. A veces luce que la única alternativa posible en situaciones como la de Venezuela es dejar que arremeta el vendaval definitivo y sus consecuencias caigan sobre quienes caigan.

Aún se siente una profunda inmadurez política en Venezuela cuando a estas alturas algunos opositores culminan sus actos políticos con las venenosas caricaturas cantadas del comunista Alí Primera, dedicadas desde hace décadas a fomentar odios y luchas de clases; mientras otros sueñan con intervenciones armadas externas.

El “quid” del problema en Venezuela no es sólo un cambio de régimen, sino extirpar las corrientes facilistas, populistas y socialistas enraizadas desde hace mucho en estas tierras. Puede ser que para llegue la madurez sea necesario que las cosas lleguen a un mínimo rasero para comenzar todo de cero. Se necesita que desde el propio seno de la población surja algo similar a la desnazificación al fin de la Segunda Guerra Mundial.

Alemania y Japón, luego de ser devastadas, lograron un renacimiento que aún mantiene al nazismo en la ilegalidad y erradicó el sintoísmo de Estado.

Las dimensiones de la catástrofe son de tal envergadura que muchas personas decentes y de buenas intenciones abogan por una especie de unidad nacional para afrontar las consecuencias. Darles oxígeno a los mitos podría ser un terrible error, como lo está comprobando Mauricio Macri en la Argentina actual.

La búsqueda de “soluciones” intermedias cuando es ya demasiado tarde para evitar las peores consecuencias apenas logra confundir a un público de por sí mal informado y desorientado. Quizás lo más aconsejable es dejar que quienes crearon las condiciones del desastre corran – ellos solos – con todo el peso político de sus consecuencias.

Si la dolorosa tragedia que hoy sufre Venezuela al menos sirve para extirpar el arraigado virus de populismo y socialismo, volverlo aborrecible, y vacunar a esta sociedad contra una recaída, quizás en un futuro podamos aplicar otro viejo proverbio popular: No hay mal que por bien no venga.

[email protected]

Otros artículos de este columnista:

Pólvora en zamuros

Una gran lavativa

Relacionados