Pedro Corzo: Miguel Díaz Canel, el siervo más fiel

Pedro Corzo: Miguel Díaz Canel, el siervo más fiel

A finales de la década de los noventas, tiempos en los que la espía Ana Belén Montes, insistía con éxitos que el castrismo no era peligroso para Estados Unidos, afirmación que caló en algunos funcionarios estadounidenses que siempre han mirado la dictadura insular con ternura, un numero notable de cubanos rechazamos esa aseveración, arguyendo que la naturaleza agresiva del régimen, no le dejaba pasar por alto ninguna oportunidad que le permitiera afectar los intereses estadounidenses. 

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Sin embargo, todo parecía indicar que después de la muerte de Fidel Castro la proyección imperialista del proyecto que auspició perdería impulso, ya que, durante el mandato de Raúl, se apreció una notable disminución de la participación de Cuba en el campo internacional, situación que ha ido cambiando, lentamente, desde que el dictador designado, Miguel Díaz Canel, recibió, al menos, aparentemente, la batuta, como identificaban la jefatura de gobierno los compatriotas de principios del siglo pasado.

El totalitarismo insular ha tenido al menos dos actuaciones particularmente intensas. Una hacia el interior del país a través de la cual controla el poder y otra hacia el exterior para hacerse de clientes políticos y asociados, que, a través de los años, le han sido particularmente útiles, además, la nomenclatura castrista, ha usado magistralmente sus reales o supuestos éxitos en el exterior, haciéndolo parte esencial de su coliseo o circo con el objetivo de manipular a la población, consciente de la visión chauvinista que padecen muchos cubanos.

El primer viaje de Díaz Canel como encargado del estado fallido de Cuba, fue a Venezuela, una visita que asegura la mutua dependencia de ambos regímenes. La isla suministra experiencia represiva y de control social y Caracas sigue proveyendo el vital petróleo, como muestra una información de una agencia cablegráfica que refiere que el gobierno venezolano compró aproximadamente 440 millones de dólares en crudo en el extranjero y lo embarcó hacia puertos cubanos  bajo condiciones de pagos muy favorables.

No hay dudas, cada vez más es fácil colegir que los vínculos entre estos países, son una especie de parodia de los que fueran las relaciones entre Benito Mussolini y Adolfo Hitler, autócratas de igual ralea.

Hay que reconocer que el designado se acomoda a los tiempos y contrario a lo que hacían sus predecesores viaja con su esposa, Lis Cuesta, que, al parecer, gusta disfrutar las ventajas de ser la “primera combatiente” como se dice en la querida Venezuela.

A esa diferencia con los Castro, hay que agregarle una semejanza, y es que el déspota viaja con un guardaespaldas que por demás es su hijastro, situación que evidencia que el nepotismo es una constante en esa vieja dictadura.

La prensa insular, siempre fiel al caudillo, ha destacado los numerosos viajes de Díaz Canel al extranjero desde que fue designado Dictador, calificándolo de “presidente incansable”, un título no tan distinguido como los que le concedía a Fidel Castro, pero, del lobo en la piedra un pelo, diría Don Miguel.

La proyección internacional del siervo más fiel, calificativo merecido porque sacó del juego a otros distinguidos vasallos, como Carlos Lage, Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque, entre otros, ha sido constante, si tenemos presente que en sus primeros ocho meses de mandato realizo 11 viajes al extranjero demostrando en uno de ellos Jamaica, que es tan mentiroso como los hermanos Castro porque dijo descaradamente que Cuba estaba “en el perfeccionamiento del socialismo” y en la construcción de una nación “próspera y sostenible”, mientras, en su comparecencia en Naciones Unidas, habló cínicamente sobre su compromiso de luchar contra el hambre crónica, una constante en su gobierno como en el de sus benefactores.

El más reciente periplo del designado fue a Argelia, Rusia, Turquía y China, países que visitó en busca de una vital ayuda para su régimen, a la vez que le reiteraba al coronel Vladimir Putin, su respaldo irrestricto a la invasión de Ucrania, un apoyo que Kiev debería evaluar, si es cierto eso de que “el amigo de mi enemigo es mi enemigo”. 

Díaz Canel es irremisiblemente fiel a la ruta castrista de ser aliado de los países hostiles a Estados Unidos, como demuestra la visita del canciller iraní a la capital cubana y la cacareada e invencible amistad de Pyongyang con La Habana.

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