Opinión

Desinfectante en la Misa

Quizás no haya una tendencia, pero también hay personas que desinfectan antibacteriano para las manos después del rito de la paz. La primera vez que lo vi, me sentí muy ofendida, pensando que la familia que estaba desinfectando sus manos fue una pregunta en el sentido de mis cuatro hijos y sus gérmenes. Descarté el incidente como […]

Por Allan Brito
Desinfectante en la Misa
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Quizás no haya una tendencia, pero también hay personas que desinfectan antibacteriano para las manos después del rito de la paz. La primera vez que lo vi, me sentí muy ofendida, pensando que la familia que estaba desinfectando sus manos fue una pregunta en el sentido de mis cuatro hijos y sus gérmenes. Descarté el incidente como aislado, pero sí me quedó grabado.

Por Carmen I. Santamaria

Luego sucedió de nuevo, y luego otra vez. La última vez fue el factor decisivo para mí, y esas personas ni siquiera nos tocaron durante la paz; solo nos saludamos con un gesto de la mano al aire, algo que también es demasiado común en estos días. ¿Por qué tenemos tanto miedo de acercarnos y tocar a los demás?

Hace unos meses, las muertes de Kate Spade y Anthony Bourdain volvieron a traer el tema de la salud mental a las noticias, pero mucho más prevalente que la depresión es la soledad profunda que se sienten las personas. ¿Por qué es que, a pesar de que hay más medios sociales y, supuestamente, más comunicación, existe un índice de felicidad más bajo que nunca antes?

Me parece que la desinfección de nuestras manos es solo un síntoma del profundo temor que tenemos de llegar a las vidas “sucias” de quienes nos rodean. El propósito del saludo de la paz es unirnos. El uso excesivo de antibióticos y productos antibacterianos en realidad tiene un efecto adverso en nuestros cuerpos, pues evita que nuestros sistemas inmunológicos desarrollen la resistencia contra los gérmenes por su propia cuenta. Creo que lo mismo se puede decir con nosotros en el nivel espiritual: Cuanto más desinfectamos nuestra vida espiritual y nos negamos hasta las profundidades de las partes sucias de nuestras vidas, menos fuerza espiritual tenemos.

Recuerden que, en cierta medida, me han enviado incómoda y rechazada cuando fui a la misa, y al extender mi mano para el saludo de la paz, solo recibí una media sonrisa y un gesto de mano. Por eso es que no conocemos el nombre de quienes nos rodean, aunque asistimos con regularidad a la misa y nos sentamos en el mismo banquillo. A muchos les atrae la fe protestante por la fraternidad y la creación de la comunidad, y con situaciones como estas no es difícil ver por qué.

Necesitamos estar abiertos a ensuciarnos, a conocer y tocar a quienes nos rodean. Los tiempos son difíciles y vivir nuestra fe puede ser difícil. Necesitamos la paz, la paz de Cristo, el cambio que el mundo necesita. El hecho de que nos neguemos a ofrecer ese simple gesto humano de paz es triste.

No podemos desinfectar la vida, y debemos dejar de tener miedo de entrar en espacios llenos de gérmenes con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Como dicen las Escrituras en 1 Juan 4,18: “el amor perfecto expulsa el temor”.

¿Qué es lo que más me gusta?

 

 

 

 

 

Carmen I. Santamaria

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