Destacado, Opinión

Rodolfo R. Pou: Cuando emigras, conoces el valor de los procesos, por encima del dinero

Este invierno, a pesar de estar limitado por la distancia y las restricciones de traslado que nos impusiera la pandemia, desde nuestros hogares, sentados vía el ya común Zoom, conversé y conocí la historia de Armida Peña, la propietaria del exitoso establecimiento Triple A Plaza en Nueva York. Las herramientas y dotes que mejor provecho […]

Por Allan Brito
Rodolfo R. Pou: Cuando emigras, conoces el valor de los procesos, por encima del dinero
Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Este invierno, a pesar de estar limitado por la distancia y las restricciones de traslado que nos impusiera la pandemia, desde nuestros hogares, sentados vía el ya común Zoom, conversé y conocí la historia de Armida Peña, la propietaria del exitoso establecimiento Triple A Plaza en Nueva York.

Las herramientas y dotes que mejor provecho nos rinden son aquellos que nos otorgan los seres queridos de nuestra infancia y las experiencias que vienen con los años mozos. A esa y a varias otras enriquecedoras conclusiones llegué, en mi reciente conversación con un miembro de la diáspora dominicana en los Estados Unidos.

Hablar con Armida Peña, la emprendedora quien encabeza el más importante centro de reparación y capacitación en asuntos de electrodomésticos de New York es notar la importancia de los pilares que hicieron de ella, el ser noble, soñador y perseverante que es. Conocer a la orgullosa hija, hermana, sobrina, esposa y madre, es descubrir la historia de sus cimientos: su padre, José Elías Peña; su madre, Francisca Gómez y su tía, Rafaelina Peña. Por ello, lo que se planteó como una conversación de 40 minutos, se extendió a un relato gratificante de cuatro horas. Pues la agradecida afanosa oriunda de Moca, no podía contar su historia, sin en gratitud, contar la de otros, sus pilares.

No bien habíamos iniciado y ya las emociones se presentaban en cada sílaba. Las lágrimas de gozo, de tristeza y agradecimiento estarían presentes a todo lo largo de nuestro intercambio. Por ello la necesidad de ceder el espacio que cada momento necesitó.

Armida nació en la Clínica Alfonseca de Moca, hija de una madre protectora y un Director de Escuela de Villa Trina, quien luego fungiera como empresario social, en tiempos donde el término aún no existía.

Goza de una niñez feliz y acomodada, a pesar de las limitaciones que la vida le presentaba a sus padres. Pero para superar esos momentos difíciles, siempre contó con quien hoy aún llama su segunda madre, su tía Rafaelina.

Durante su educación secundaria, conoce a quien termina siendo su cómplice de vida, Agripino Rodríguez. Ambos optan por casarse joven, en esos momentos donde la consciencia guarda más sueños que experiencia, lo cual confirman partiendo a New York al día siguiente de la boda. Sin planes, sin saber sabiendo que el quererse era suficiente para enfrentar el destino, ambos embarcan como náufragos las sorpresas que “los países” siempre te guardan. Oportunidad, con sufrimiento; incertidumbre, con recompensa y lo imposible, con trabajo.

Gracias a Elba, la hermana del Agripino, su joven esposo, los dos logran arrimarse como hace todo inmigrante al llegar a la gran ciudad. En un rincón en casa de un familiar. Pero con el mismo calor que te reciben los seres queridos, el frío comienza a empañar los sueños, cerrando las opciones que se veían tan claras desde un campo en el paraíso. De la ilusión de vida joven y de grandes oportunidades, la indiferencia del norte se asoma antes de darte cuenta de que te tiene entre sus vientos y aceras congeladas. Y ahí, desde ese escenario de calor familiar y fría incertidumbre, Armida comienza a pasar sus días de adolescente casada, guardando cinta y cuidando de niños que pudieran llamarle tía, sin saber bien cómo cuidarse ella.

Recuerda que lágrimas ocuparon todos soles y lunas del primer año. Al punto de que su pareja le ofreció un regreso sin ataduras, hasta que lograra aceptar que su vida tenía que seguir más allá del calor de sus pilares. Pero como todo perseverante emprendedor, Armida se llena de valor, se puso un sueldo en mente y fijó su trayecto hasta alcanzarlo. Me dice, “Rodolfo, ese fue el último día que lloré”.

Agripino estaba trabajando de chofer en una ruta de distribución, algo que no lo hacía feliz, pero lo hacía bien. Armida recapacita su realidad y acuerda con su esposo el que trabajará con el propósito de pagarse sus estudios. Y se esfuerza por ser parte del universo de mercancía al detalle en la Tienda El Mundo. Aunque allí puso en práctica las enseñanzas del salón de su tía y de los almacenes de su Papá, Armida entiende que, las contracorrientes de América se combaten con el sudor y las pestañas. Y que acomodarse no era una opción. Admitió que el inglés era fundamental en el proceso de crecimiento.

La dicha siempre acompaña al buen esfuerzo. Unos años de trabajo eficiente y honesto por parte de su esposo, le abre la posibilidad de comprar una ruta de distribución propia. Como ha de esperar, ahí estaría su Papá para apoyarles. Y a partir de ahí, económicamente las cosas comienzan a cambiar, permitiéndole a Armida iniciar sus esfuerzos universitarios a pesar de que ya la pareja contaba con los príncipes Amir y Ahmed.

Le pregunto entonces, “¿Armida, como te hacías para estudiar? Pues balancear tantos roles en Estados Unidos es prácticamente imposible.” Me responde riéndose, “Rodolfo, yo estudiaba luego que los niños se dormían. Es una tarea difícil, ser madre, esposa, estudiante e inmigrante, todo a la vez.” Es fácil tomar los momentos de sacrificio por alto, cuando uno solo vive visualizando el futuro. Por ello la importancia de estas conversaciones. Y sin afirmármelo, entiende en ese momento la entrega de su cuñada al ella y su esposo llegar a New York. Ella no solo les dio un hogar cuando no lo tenían, sino que además le mostro una lección de vida que aun yo veían necesitar. El saber que las oportunidades están atadas al nivel de sacrificio de cada uno.

En Lehman College, Armida Peña opta por estudiar Biología como carrera primaria y Educación Infantil como complementaria. Pero en el último año de estudios universitarios, le llega el entrañable deseo de tener una niña, y se auto imposibilita su intención original de pasar a estudiar medicina. Pero logra ser parte por casi un año, de una práctica médica.

Llega Laura Aimee a sus vidas para completar su corazón y más que quitarle tiempo, darle animo a seguir adelante con todas las oportunidades que la vida le estaba presentando. Algunas buenas, otras lecciones. Ve el dar clases de primaria y luego secundaria en una escuela, el perfecto escenario para estar con su hija y expandir las oportunidades que un freelance en bienes raíces ofrece. Pero llega la oferta de una tienda de todo lo imaginable, vía un “amigo”. Un ejercicio que pone en juego todos sus ahorros y tiempo. Incluso el valor de su palabra, la cual siempre ha guardado con gran celo. Es obvio como terminó eso.

Los logros de la vida empresarial se miden por los procesos y no por los títulos o los fondos en una cuenta bancaria. Y a veces no tener un plan, es el mejor de los planes.

Con tan solo el orgullo en la mano, y el apoyo de la familia, Armida confirma lo que todos reconocemos cuando estamos en baja: el apoyo de la familia trasciende fronteras. La sociedad y el inventario del negocio valían lo mismo. Las nubes se retractan y su padre presente nueva vez, le extiende la idea de hacer a su hermano participe del ensayo.

Su hermano, quien considera ser el mejor técnico en la ciudad, la acompaña en el nuevo afán. Sin tener la menor idea de cómo bregar con electrodoméstico. Sin embargo, es el quien intuitivamente identifica la joya del negocio. Su hermano deja su trabajo para ayudarla a echar esa experiencia hacia adelante. Se adentra, se educa y con el tiempo, más que socio, es su mayor sostén. Pero en vez de concentrarse en la venta per se, se enfocan en dar clases del oficio, por la escasez de técnicos en el momento. Extienden sus enseñanzas a los fines de semana, a aquellos interesados en aprender una carrera técnica. Un cliente y admirador de su empeño, Juan Tavares, resulta ser su primer estudiante y con el tiempo, un sostén capaz de dejar su trabajo para ayudarla a echar esa experiencia hacia adelante.

Triple A Plaza prontamente se convierte en el negocio de Reparación de Electrodomésticos y Distribuidores de Piezas mas importante de la Gran Manzana. Pero no sin antes recibir otras pruebas. Buscando mayor eficiencia y retorno, pasan de Queens al Bronx , lo que ella consideraba un movimiento desafortunado para el negocio, pudo ser superado gracias a la nobleza del propietario del edificio, quien la libera del contrato, entendiendo que le está yendo muy mal en la nueva localidad. Armida de la experiencia de Queens y el fallido intento del Bronx, se ve con la única opción que le queda. Batallar desde el búnker de su hogar. Acepta la retaguardia y recurre a la humilde cobija de la cochera de su casa en Yonkers. Y el negocio para sorpresa de ella y los técnicos del equipo de ocho, se transforma en una entidad eficiente, ágil y mucho más impactante que el concepto original. Todos estos procesos vividos fueron la apertura al crecimiento de la empresa, la cual no es solo patrimonio para sus hijos sino también es una fuente de trabajo para otras familias. Triple A Plaza es un suplidor logístico de especializados en reparación de los aires acondicionados, lavadoras de platos, neveras, estufas y demás, para las administraciones de edificios de apartamentos de todo New York.

Con el pasar del tiempo entiende que los errores y la eventualidad, son parte de la evolución de toda idea. Y paga sus sacrificios con orgullo hacia adelante, comprometiéndose en el 2008, con aporte a favor de dos estudiantes de honor de origen latino del Lincoln High School, vía la Asociación de Profesionales Hispanos de Yonkers y que, a su vez, lleva el nombre de su Papá (José Elías Peña Scholarship). Ese mismo año se crea una fundación desde donde ha hecho misiones llevando música, fiesta y galas para recaudar fondos para ancianos. La fundación José Elías Peña, la cual lleva también el nombre de su Papá, es el sostén en todo lo que implica movilidad y aseo, para 50 ancianos en República Dominicana. Desde pampers a silla de ruedas. Desde bastones a caminadores.

Armida no es una mujer de sentarse en sus lauros a contar su historia, ella aun la está escribiendo. Confirma que sus académicamente exitosos hijas e hija, ayudan a cambiar la mentalidad de que en Nueva York solo se crían delincuentes. Amir es Ingeniero en sistemas para la banca. Ahmed es un ingeniero geo-espacial. Y Laura quien fuera estudiante del año y reconocida por el Senado, goza de los beneficios de una beca en New York University.

Su nuevo emprendimiento es LIDERNET es una plataforma para jóvenes emprendedores, la cual dispone de mentores profesionales para estos. Fruto de su experiencia, acepta que el camino hubiera sido menos tormentoso si hubiera tenido guías financieros y de marketing.

Armida, la fiel amiga que aún guarda amistad estrecha con sus hermanas de la Salesiana añora volver a los momentos de su niñez para revivir por un instante más esos días en el salón de su tía, en el almacén de su papi y los cálidos brazos de su mamá. Agradeciendo a la vez, las lecciones que estos le dieron, junto al apoyo de sus hermanos y cuñadas.

Cuando le pregunto si además de regresar en recuerdo, ¿piensas volver a la isla y sus campos? A ellos me responde con una gran sonrisa mientras elimina las ultimas lágrimas de día, “Rodolfo, el vínculo de la fundación que lleva el nombre de su gran admirador y mentor es el canal que asegura eso”. Le respondo, “Armida, la nación que soñaste y aun veo viva en ti, aún existe”.

Relacionados