La Ciudad Vieja de Jerusalén tras sus muros tiene lugares de interés para mantenernos ocupados días enteros, pero al visitar a la capital de Israel hay que conocer el Museo del Holocausto Yad Vashem, el museo más triste del mundo.
Por Adriel Reyes/ MiamiDiario
El Museo de la Historia del Holocausto ocupa una superficie de 4.200 metros cuadrados, la mayoría subterránea.
Presenta la narrativa del Holocausto desde una perspectiva judía única, acentuando las experiencias de las víctimas individuales a través de objetos originales, testimonios de sobrevivientes y posesiones personales. La combinación de esos medios particulares de expresión permiten al visitante asimilar la información a través de una vivencia sensorial multidimensional.
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La distribución de sus salas sigue un recorrido perfectamente marcado que nos lleva desde la situación de las comunidades judías en Europa antes del Holocausto (“El mundo que fue”) hasta la estremecedora “Sala de los nombres”, en la que un cono de diez metros de altura exhibe las fotografías de los seis millones de víctimas cuyos testimonios se guardan en un depósito que cubre todas las paredes de la habitación.
La estructura lineal de 180 metros en forma de flecha penetra la montaña de un lado a otro. La luz del día se cuela desde el borde superior que sobresale de la cresta.
Difícilmente las palabras pueden hacer justicia a la experiencia que supone recorrer cada una de las estancias , todas llenas de fotografías, audiovisuales y objetos personales de las víctimas del genocidio más famoso de la historia, formando un conjunto de una violencia tal que no deja demasiado lugar a la imaginación.
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La salida dramática, en el extremo de la flecha, irrumpe de la ladera septentrional al paisaje de la Jerusalén moderna y el valle inferior.
Una vez visto el museo (que le llevará como mínimo un par de horas), el paseo por sus jardines no resulta menos impresionante. La “Avenida de los Justos” alberga cientos de árboles en representación de cada una de aquellas personas que arriesgaron su vida por salvar a un judío. Y en el “Valle de las Naciones”, un mapa de Europa forma un laberinto en cuyas paredes están grabados los nombres de todas y cada una de las comunidades judías que fueron destruidas.
El Museo del Holocausto está lleno de memoriales, plazas y salas que sería imposible describir en unas pocas líneas. Se trata, sin duda, de una visita dura, pero muy necesaria para comprender mejor este episodio tan atroz e inhumano de la historia.