Venezuela es socialista desde 1976, con sus principales medios de producción en manos de un Estado avasallador, fabricante de enchufados, árbitro tradicional de quién se enriquece fácilmente y quién no.
Por Antonio A. Herrera-Vaillant
Un rosario de desatinos desembocó en la debacle actual. Unos años fatídicos marcan hitos – estaciones del calvario del país hasta su triste actualidad: 1976, 1983, 1989, 1992, 1994, 1998, y el resto lo conocemos.
La fatídica elección de 1998 remató la tragedia premiando la traición y la felonía: Un irresponsable tercio de electores se abstuvo, y otro tercio se impuso como mayoría que dio rienda suelta a la ilusión, la frivolidad, el oportunismo y las revanchas.
La vieja y violenta guerra contra las leyes inmutables de la economía por fin fue llevada hasta el paroxismo de la irracionalidad por una desquiciada secta de ideología neocomunista universalmente fracasada.
Hoy, la gallina de los huevos de oro – PDVSA – está en un total escarranche, endeudada, su mermada producción hipotecada, con fuga de mano de obra y estampida de cerebros. Escasea la gasolina, aún para vehículos de esos militares que siempre son leales hasta que dejan de serlo. Cierran comercios, desaparecen industrias, se van apagando los servicios.
La “dignidad” del “pueblo” se revuelca en una pocilga de degradación, desidia y la más soez vulgaridad. De “soberanía” ni hablar, con miles de interventores cubanos, chinos y rusos; y ahora la quimera del Esequibo perdida por siempre jamás.
No importa si desde la propia China y Rusia sugieren prácticas rectificadoras: Los beneficiarios del desastre saben que sin mentiras y mitos su cacareada “revolución” quedará desnuda ante el mundo: estéril, quebrada, desmoralizada y desacreditada.
El régimen perdió todo atisbo de crédito o credibilidad externa a punta de desmanes y atropellos de todo tipo contra el estado de derecho y el respeto a la propiedad. Nadie cree nada de lo que diga un régimen forajido y reiteradamente falso y maula. Y seguirán sin creer hasta que la pequeña banda de forajidos que hoy domina el poder desaparezca para siempre de la escena política.
Por fin vamos llegando a la carraplana total. Parece inevitable un desenlace que difícilmente será cívico y bonito, como quisieran algunos. Un “proceso” que nació como árbol torcido terminará como comenzó: turbio, desordenado, entre traiciones y componendas.
Lo único bueno que puede salir tras veinte años de locura es que una sociedad que jamás aprendió en cabeza ajena por fin escarmiente y para siempre repudie todo asomo de populismo, paternalismo o socialismo. Amén.
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