Opinión

Sobredosis: La hora de las chiquiticas

Es una práctica bastante habitual entre los gobiernos socialistas radicales la de administrar el poder con la mentira como arma de desinformación. Por Beatriz de Majo Para ellos, la falsedad no va en contravía con lo ético, ni existe nada torcido ni equivocado en inventar y hacer del conocimiento público hechos irreales que pueden ser […]

Por Allan Brito
Sobredosis: La hora de las chiquiticas
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Es una práctica bastante habitual entre los gobiernos socialistas radicales la de administrar el poder con la mentira como arma de desinformación.

Por Beatriz de Majo

Para ellos, la falsedad no va en contravía con lo ético, ni existe nada torcido ni equivocado en inventar y hacer del conocimiento público hechos irreales que pueden ser útiles para los fines de quien detenta el poder. La argucia, siempre, es esconder la verdad o crear, de cara a los administrados, una verdad inexistente que sea útil a sus propósitos.

En Venezuela en los últimos años hemos estado sometidos a la constante tergiversación de la verdad con la que se pretende orientar la actuación de la colectividad hacia donde el gobierno quiere que ésta se incline. Cuanto más letrado o informada es una colectividades más cuesta arriba es esta práctica gubernamental de la falacia sistemática.

En nuestro caso, la tan precaria educación formal de nuestra población nos convierte en tierra fértil para que la mentira se instale y hasta la abrace el sector de la población.

En el momento actual y en el caso de Venezuela, esta mentira sistemática practicada en torno a las informaciones relativas a la pandemia del coronavirus dentro de nuestras fronteras está siendo ampliamente utilizada para crear un espejismo de control estatal sobre el drama que amenaza al país como un gigantesco y mortal tsunami.

Ocurre que la coincidencia de un proceso electoral con la crisis epidemiológica actual puede ser lapidaria para quien detenta el poder, cualquiera que sea el país de que se trate y representa, en todo caso, un costo político de muy difícil manejo.

Dentro de nuestras fronteras la circunstancia de la exponenciación del mortal virus se ha presentado en un momento de debilitamiento pronunciado del apego de la población de a pie al chavismo.

Esta caída es la resultante de una mezcla del cansancio colectivo frente a promesas incumplidas en todos los terrenos con el monumental deterioro económico del país que se manifiesta con flagrancia en el seno de cada hogar.

Es el producto de la percepción creciente de una grosera corrupción entronizada en lo más alto del gobierno. Es la consecuencia también del sufrimiento de cada familia por el deterioro pronunciado de los servicios públicos, lo que tiene una relación directa con el desplome de la calidad de vida de las clases menos favorecidas.

Ahora es el tema sanitario el que le dificulta la existencia a la población y la amenaza muy seriamente.

Frente a ello, y con plena conciencia de lo erosivo que el crecimiento exponencial de la pandemia puede ser para un régimen que no ha sido capaz de dotar al país de un sistema sanitario eficiente para enfrentar la crisis y que no cuenta con los recursos médicos ni económicos para aliviar a la población del drama que se le viene encima, de nuevo el recurso a la mentira y a la desinformación son las herramientas a las que se acude en Miraflores para crear una ilusión de avance.

Pero están al descubierto. Los reportes efectuados desde la oficialidad sobre el avance de la contaminación en Venezuela contienen groseras falacias que se van a topar con la dramática realidad de un contagio masivo de una voracidad ciclópea y de una velocidad indetenible.

Este debería ser el momento de efectuar un gesto de conciencia – un movimiento de sobrevivencia propia- que permita, al reconocer la gravedad de lo que se atraviesa en materia sanitaria, concitar la colaboración de todas las fuerzas del país susceptibles de efectuar un aporte para detener el mal o para ralentizar su propagación.

Para ello es preciso reconocer el tamaño de la debacle de salud que se está armando frente a nuestras narices y extender una mano a todo el que pueda ayudar a superarla. Ha llegado lo que en toreo se llama “la hora de las chiquiticas”.

Frente a este fenómeno del coronavirus tan inédito para nosotros como lo ha sido para todo el mundo, es preciso dejar a un lado la estrategia de ocultar las realidades. Este no puede ser un plan de ataque para épocas de normalidad. Debe ser una tarea abordada de manera excepcional en todos los terrenos. Es indispensable empinarse para no endosar a terceros las responsabilidades que son propias.

Necesitamos un proyecto estratégico de ataque sanitario, médico y clínico  monumental que recoja el esfuerzo de los empresarios, de la iglesia, de la academia, de los estudiantes, de la banda de las aseguradoras, de terceros países, de los organismos internacionales, de la oposición política, tanto como la dedicación absoluta del régimen que debe olvidar que se encuentra en una etapa pre-electoral.

Para esta hora y en torno a este mal, todos los liderazgos del mundo han sido sometidos a prueba: el de Donald Trump y el de Xi Jinping, el de la Merkel en Alemania y el de Sánchez en España, el de Duque en Colombia y el de Bolsonaro en Brasil.

Venezuela no es distinta. Es imperativo hacer gala de generosidad de espíritu, aparcar las diferencias y hacer del rescate de la salud de los nacionales una causa común. Y sobre todo, dejar de mentir.

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