Opinión, Política

Antonio A. Herrera-Vaillant: Jarrón desfondado

Venezuela ha aprendido que en democracia se escuchan los clamores populares, pero en tiranía los reprimen. Exigir la renuncia de un mandatario jamás funciona en una dictadura, que tampoco se derrota con manifestaciones callejeras pacíficas – a menos que formen parte de un derrocamiento forzado. Por Antonio A. Herrera-Vaillant Poco se aporta clamando por internet –dentro […]

Por Allan Brito
Antonio A. Herrera-Vaillant: Jarrón desfondado
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Venezuela ha aprendido que en democracia se escuchan los clamores populares, pero en tiranía los reprimen. Exigir la renuncia de un mandatario jamás funciona en una dictadura, que tampoco se derrota con manifestaciones callejeras pacíficas – a menos que formen parte de un derrocamiento forzado.

Por Antonio A. Herrera-Vaillant

Poco se aporta clamando por internet –dentro y fuera de Venezuela – exigiendo la rendición incondicional de una dictadura totalitaria. O se le abate a sangre y fuego, o se le acorrala hasta el punto donde su mejor opción sea buscar una escapatoria viable.

Quienes se las pasan invocando “la fuerza” sin ellos mismos tenerla deben creerse personajes de las Guerras de la Galaxias, poseídos de una bastante inconsistente “superioridad moral”.

Para poner fin a un régimen que depende de quienes portan las armas reduciendo en todo lo posible el derramamiento de sangre inocente, se necesita combinar – con inteligencia y habilidad – un conjunto de presiones superiores que lo dividan, debiliten y obliguen.

Aquellos que equiparan esta torpe parodia con los regímenes totalitarios de Cuba, Corea del Norte, China, o la difunta URSS obvian el contundente hecho que aquellos, jamás – en todos los años de su larga existencia – contemplaron conversar con una oposición democrática. Una dictadura verdaderamente entronizada no negocia con civiles desarmados.

Cuando un régimen dictatorial busca negociar con sus opositores – así sea con toda la hipocresía y mala fe del mundo – es porque de una manera u otra necesita hacerlo; y alegar que la dictadura venezolana se ha fortalecido en estos procesos es una falsedad que no hace sino jugar a la desmoralización del movimiento democrático.

Entablar contactos con regímenes forajidos tampoco implica inocencia en cuanto a sus verdaderas intenciones. En el caso de Venezuela a la dictadura se le han dado todas las oportunidades de negociar una salida incruenta y con ciertas garantías, y ha desaprovechado cada instancia ya sea por falsedad deliberada, aplacar sus pocas bases restantes, o falta de autoridad. Hasta el propio Vaticano se retiró de mediar al constatar la falta de seriedad de los interlocutores del régimen.

Pero llegará el momento – más antes que después – cuando quienes con sus armas sostienen a un régimen sin futuro, recursos ni credibilidad se vean forzados a buscar, aún, cuando sea sin reconocerlo formalmente, un escape menos cruento.

Mientras tanto, la presión debe mantenerse en todos los frentes, dando candela al jarro hasta que suelte el fondo, cada quién en la medida de sus posibilidades. Sin desfallecer.

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